El cielo de Seseña

Jorge Mira Pérez
Jorge Mira EL MIRADOR DE LA CIENCIA

OPINIÓN

22 may 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

La atmósfera se hace más tenue a medida que se gana altura, porque la gravedad de la Tierra tira de ella hacia abajo. Si quisiésemos volar muy alto con un avión, tendríamos que ir muy rápido, para que las alas pudiesen sostenerlo en un aire tan tenue. A unos 100 km de altura, esa velocidad tendría que ser de unos 28.000 km/h; pero nos encontraríamos con una sorpresa: a esa velocidad nos notaríamos flotando, ingrávidos; estaríamos en órbita. Al avión le sobrarían las alas. Esa frontera de 100 km de altura, en la cual el avión se convierte en satélite, es la que se toma como referencia para otorgarle a una persona la condición de astronauta.

¿Se acaba ahí la atmósfera? Pues depende. A la altura a la que volamos en un avión comercial (unos 10 km), solo tenemos un 25 % de ella sobre nosotros. A 25 km de altura, no tendríamos mucho más de un 1 % de la atmósfera sobre nuestras cabezas. Ahí el cielo dejaría de ser azul para mostrar el negro del espacio. Comparado con el radio de la Tierra (6.400 km), el grosor de la capa de aire que nos da vida es una minucia. Si la Tierra fuese un balón de fútbol, la atmósfera sería una lámina imperceptible de medio milímetro, y todos respiramos dentro de esa mísera lámina que envuelve el planeta. Piénsenlo bien. Es claustrofóbico. Si el que le prendió fuego a los neumáticos de Seseña fuese educado en esa idea, posiblemente ahora no tendríamos que lamentar esta nueva puñalada a nuestro aire.