No seamos cínicos

OPINIÓN

04 may 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

Tiene una enfermedad grave, muchas veces incurable. Los tratamientos van pasando por la historia de la enfermedad y por la historia personal de sufrimiento del paciente y de su familia, alternando éxitos con fracasos. El médico le plantea una nueva etapa de este duro camino. «Manuel, la enfermedad está otra vez en progresión. El tratamiento que hemos seguido hasta ahora ya no controla la enfermedad. Pero desde hace unos meses disponemos de una nueva terapia que puede mejorar sustancialmente la evolución y este es el momento de aplicarla». El paciente, tras el impacto inicial, ve sin embargo abierta la ventana de la esperanza e inquiere al facultativo: «¿Cuándo empezamos?».

Este diálogo se repite con machacona reiteración, casi todos los días. Y el médico piensa: «Dios mío, otra vez». Procurando disimular la sensación de incertidumbre, contesta: «Verá, Manuel. Aunque este medicamento ha demostrado el beneficio del que le hablaba, y ha sido autorizado por agencias reguladoras americanas y europeas así como por el Ministerio de Sanidad de España y tiene ficha técnica para su uso rutinario, tiene que pasar unos filtros antes de que lo podamos utilizar». El paciente mira con cara de sorpresa a su médico y vuelve a inquirir: ¿filtros? El médico disimula ahora el hartazgo del procedimiento burocrático. «Bueno, Manuel, tenemos que presentar su caso en una sesión de servicio, después elevar la solicitud a la dirección y a la comisión evaluadora y posteriormente, si todo está bien, el Sergas lo autorizará».

El paciente, ahora con rostro de miedo, pregunta: «Y eso ¿cuánto tiempo lleva?» El médico vuelve a disimular su propia ansiedad, tragando saliva y haciendo de tripas corazón, y responde, a veces cogiendo la mano del paciente para tratar de darle algo de calor humano: «No sabemos exactamente cuándo será, pero vamos a tratar de que sea poco tiempo». Mientras, en su cabeza y en su corazón sabe que puede ser mucho y que la incertidumbre aumentará la vulnerabilidad del paciente, y siente una dolorosa sensación de impotencia y de hastío.

La vida, efectivamente, no tiene precio. Pero no seamos cínicos: las intervenciones sanitarias sí que lo tienen. Y está aumentando de una manera casi exponencial, entre otras razones porque la industria farmacéutica está poniendo unos precios increíbles a los nuevos fármacos que desarrolla, más allá de lo razonable. Si queremos mantener un sistema sanitario público de calidad y universal, tenemos que abordar esta cuestión. No hacerlo acabará con el sistema. Y eso sí que tendrá consecuencias extraordinariamente graves para la mayor parte de la población, sobre todo para los de menor capacidad económica y patologías más graves. Me parece injustificado y claramente inmoral, señores políticos de uno y otro color, el retraso en abordar esta cuestión en un debate público transparente, sereno y participativo. ¿Podemos pagarlo todo, a todos y a cualquier precio? Un debate que, si hace un tiempo era urgente, en la actualidad resulta acuciante.