Cosas pequeñas

Mariluz Ferreiro A MI BOLA

OPINIÓN

23 mar 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

La grandeza del Empire State es industrial. Desde la perspectiva de alguien que jamás podrá ver las Torres Gemelas en vivo, parece ese trasatlántico que atracó en la ciudad para quedarse. Pero no es ninguna traición sentir una mayor inclinación hacia el edificio Chrysler que, vestido de día o de noche, es como si hubiera nacido para exponerse en Tiffany & Co. Y es lícito sentir debilidad por el Flatiron, que reinventó hace más de un siglo el concepto de doblar la esquina. Un océano más cerca, reconforta ver que la Sirenita de Copenhague tiene más de pececillo que de modelo de pasarela, y que el Manneken Pis de Bruselas es un pequeñajo de verdad pillado en una travesura.

Lo más aparatoso no siempre es lo más impresionante. En el Museo del 11S, todos se espantan con los enormes pilares desnudos que todavía gritan el impacto, y se horrorizan ante los camiones de bomberos machacados. Sin embargo, algunos se detienen al ver la ventana de uno de los aviones de los atentados. Otros se paran de repente ante una nota de papel sucio que contiene solo siete palabras: «Piso 84, oficina oeste, 12 personas atrapadas». Y ese pellizco del pasajero ausente y de la mano que ya nunca más escribirá garabatos apresurados es mucho más cruel que los otros. 

De Bruselas, corazón partido de esta Europa revuelta y descompuesta, golpean las víctimas ensangrentadas, los cristales rotos, los techos destrozados, la ciudad tomada. Pero, en el fondo, es peor pensar en esas maletas que se han quedado huérfanas para siempre. El lápiz de labios. El libro. El juguete preferido. La camiseta que nunca falta. Las cosas pequeñas que hablan del gran vacío.