¿Quién nos toma el pelo?

Fernando Salgado
Fernando Salgado LA QUILLA

OPINIÓN

03 mar 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

Todos demuestran habilidades para la descalificación y el insulto. Su arsenal de tópicos y piropos envenenados está bien surtido. Y no hago excepción. Pero me llama especialmente la atención que Mariano Rajoy acuse a Pedro Sánchez de «tomar el pelo a los españoles». De dar por bueno el axioma, e indicios hay para considerarlo verosímil, lo extiendo a sus adversarios con no menos pruebas de cargo. Veamos dos casos.

Mientras masca chicle despectivamente -en el hemiciclo están prohibidos los habanos-, el melancólico Rajoy menosprecia a los socialistas y los considera cortos de entendederas. A su líder, al que anteayer le negaba la mano, lo considera un bluf, un fraude y un tapón para la democracia. Su programa, acordado con Ciudadanos, la marca blanca del PP -¿se acuerdan?-, no es más que un fraudulento curalotodo, el bálsamo de Fierabrás, el menú de boda que pretende contentar a todos los convidados del novio y de la novia.

Imaginemos ahora que mañana o pasado, sorpresivamente, Pedro Sánchez decide brindar su apoyo activo o pasivo a Mariano Rajoy. Automáticamente ese menú, incluso con postre y barra libre, se convierte en el proyecto que el país necesita y Pedro Sánchez en un estadista de altura incluso para quienes hoy lo califican de memo.

Pablo Iglesias, no menos despectivo, le atribuye al candidato socialista una «actitud miserable» por sacar a colación las víctimas del terrorismo, conmina al PSOE a retirar la S y la O de sus siglas y le reprocha que su pacto con Ciudadanos está hecho «a la medida de las oligarquías». Discurso irreprochable desde una perspectiva de izquierdas, al que solo le falta una explicación para ser creíble: por qué prefiere a Rajoy en vez de a Sánchez en la Moncloa. Sospecho que piensa lo mismo que aquellos viejos comunistas que, tras los primeros traspiés electorales, sostenían la máxima de que «contra Franco se vivía mejor».

Imaginemos ahora que mañana o pasado, sorpresivamente, Pedro Sánchez le entrega a Podemos la confortable vicepresidencia que pide, el CNI, la televisión y dependencias anexas, el referendo catalán y la cabeza de Rivera. Automáticamente, Iglesias perdona las evidentes fisuras de la O y la S, se olvida hasta de las manchas de cal viva y se dedica a pasear por los jardines de la Moncloa con Pedro Sánchez cogido del brazo.

Discrepo de quienes afirman que el debate de investidura no conduce a parte alguna: conduce directamente a unas nuevas elecciones. Constituye su preámbulo necesario y a la vez forma parte del entramado de la campaña electoral. Del «montaje propagandístico», que dice Rajoy, pero del de todos. Desde el 20D todos conocían el desenlace y todos se dedicaron a marear la perdiz. La diferencia estriba en que unos querían el examen de repesca de inmediato y otros necesitaban tiempo para recomponer sus menguadas fuerzas. Pero la tomadura de pelo, si haber la hubo, la practicaron todos a una como Fuenteovejuna.