La próxima semana, si Pedro Sánchez obtuviera los apoyos necesarios, España empezaría a ser un país completamente diferente. Si el líder socialista reuniera los votos suficientes, la próxima semana los españoles comenzaríamos a ver que una etapa ha quedado atrás y que otra nueva comienza. Pero la próxima semana, ni España va a iniciar un tiempo nuevo, ni los españoles vamos a sentir cambio alguno.
Porque la próxima semana estaremos donde estamos. Exactamente en el mismo lugar. Con Mariano Rajoy de presidente en funciones, con Pedro Sánchez tratando de sumar apoyos, con Albert Rivera hablándonos de responsabilidad y con Pablo Iglesias y su numerosa cuadrilla insistiendo en que él está abierto a pactos; a los que él diseña y encabeza.
No ha hecho Pedro Sánchez un discurso vengativo, como dijo el PP; es más, ha sido tremendamente benévolo en el balance de los últimos cuatro años. Por no citar, ni nombró un solo caso de corrupción de los que ahogan a los populares. Porque ni Rajoy, ni el PP eran sus objetivos ayer. El que hizo fue un discurso dirigido única y exclusivamente a la cuadrilla de Podemos; a ella iban dirigidas las 54 menciones de la palabra cambio y las 51 veces que dijo acuerdo, y todas y cada una de sus propuestas, las advertencias por la falta de apoyo, las llamadas a mantener abiertas las negociaciones y la elección «entre Rajoy o yo».
Podríamos decir que en realidad el protagonista de la sesión no fue Sánchez. Fue Pablo Iglesias y su parroquia, porque, como ya sabíamos que iba a ocurrir, escucharon en público lo que no quisieron oír en privado. Y ahora les toca decidir. Pero sea cual sea su elección, la próxima semana estaremos donde estamos. Con Rajoy de presidente. Y sin atisbar el futuro.