De tratantes y bailarines

Eduardo Riestra
Eduardo Riestra TIERRA DE NADIE

OPINIÓN

14 feb 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

No cabe duda de que uno se siente un monigote cuando ve la coreografía de los políticos en los palacios del poder, haciendo sus pas de deux y sus cabriolas sobre la moqueta blanda y con lienzos de Tàpies o tapices de Goya como decorado de fondo. Al ver esas imágenes en los telediarios, me siento como la vaca sobre la que están negociando dos de mis paisanos en la feria de Monterroso. Y, como la susodicha, uno espera que cierren el trato y se vayan a comer juntos el pulpo tras ser encerrado en la parte de atrás de la furgoneta, y sabiendo que, sea quien sea mi dueño, al final me van a llevar al matadero. Lo cierto es que, igual que las mujeres dicen que se arreglan para las mujeres, los políticos se empavonan para los políticos, se dicen cositas, se ponen barreras y líneas de colores -generalmente rojas- y mantienen siempre ese fondo de cachondeo que sin duda alguna está firmemente asentado en el sueldo que les pagan a fin de mes y en el vale para los taxis. El mundo del poder es un mundo amable. Más amable, por ejemplo, que el de los escritores, porque los políticos pueden trabajar una vez jubilados y seguir cobrando la pensión, y porque solo tienen que trabajar -o lo que sea que hacen- ocho años en vez de, por ejemplo, 35, para poder cobrarla entera. Por eso yo sueño con un país de 40 millones de diputados. Los españoles por fin felices diciéndose cositas, poniéndose líneas de colores unos a otros y luego yéndose a comer juntos el pulpo? a Lhardy.