Para los más estrechos colaboradores de Pedro Sánchez, esos que venden su alma al diablo por ocupar poltrona durante los próximos años, Felipe González es un dinosaurio. Para mí, es un personaje a escuchar a la hora de que Iglesias permita a Sánchez ser presidente de un Gobierno hecho a la medida del líder de la formación morada.
Y no solo por haber sido veintitrés años secretario general del PSOE, y trece presidente del Gobierno de una España repleta de problemas de toda índole que tuvo que afrontar, sino también por encontrarse involucrado en la actualidad en la lucha por la obtención de las libertades en Venezuela, ese país hermano tan vinculado a determinados gerifaltes de Podemos.
Sabe de los riesgos de esa posible alianza entre dos partidos ubicados ideológicamente en las antípodas, y ante la para él más que absoluta certeza de que Podemos fagocitará a los socialistas, apuesta por un pacto de gobierno entre el PP y Ciudadanos posibilitado con la abstención del PSOE.
Tal es la forma de pensar de un hombre de Estado, poseedor de auctoritas, eso que en Derecho romano se reservaba a quienes poseían una legitimación socialmente reconocida, con capacidad moral para emitir una opinión cualificada sobre una decisión.
¿Dinosaurio? Ya me gustaría un gabinete con una docena de dinosaurios como él.