La disyuntiva estaba servida en la pista cubierta de atletismo de Sabadell y solo tocaba elegir carta: o Mas o marzo. Tres mil militantes de la CUP -una organización asamblearia, anticapitalista, secesionista y con tintes anarquistas- tenían ayer en sus manos el futuro político de Cataluña y, de rebote, el de toda España. Y, aunque disfrazaron la votación bajo una especie de menú degustación con cuatro opciones, la única elección real era exactamente esa: o tragar con Mas y una extraña tetrarquía en la presidencia de la Generalitat, después de haber reiterado hasta la afonía (en perfecto castellano e impecable catalán) que jamás volverían a sentar al señor Artur en el trono de Sant Jaume, o, volviendo a la tesis tan de moda de montar en esta orilla del Mediterráneo una especie de Italia sin italianos, castigar a los torturados catalanes con la repetición de elecciones autonómicas -las cuartas en solo cinco años- allá por los siempre convulsos idus de marzo.
Para dar algo de suspense a la tarde y para hacer digerible el resultado entre sus revoltosas huestes, los anticapitalistas montaron una votación a plazos, con la idea de que esas tres rondas ayudasen a ir virando cucharada a cucharada desde el no fulminante al malvado Mas a un matizado «no pero sí» y, ya en la prórroga, tragar con la nariz tapada el amargo jarabe del definitivo «sí pero no», que como sabemos desde el 27 de septiembre es el lema fundacional de esa amalgama separatista bautizada paradójicamente Junts pel Sí.
Esa parecía la estrategia de la cúpula de la CUP. Tras una primera votación de tanteo, en el segundo recuento asambleario, los rupturistas de Antonio Baños se quedaron a 30 papeletas de investir con entusiasmo a Mas i Gavarró, de la burguesía barcelonesa de toda la vida, que a esas alturas, sudoroso y al borde de la fibrilación, ya estaba pidiendo un capítulo propio en el catálogo de humillados y ofendidos de Dostoievski. Pero en la tercera y teóricamente definitiva ronda, las revolucionarias cajas de cartón dictaron una sentencia que nadie había previsto: empate a 1.515 votos entre el sí y el no. En plata: ni Mas, ni marzo. Es lo que tienen los números pares, como el 3.030, que dan mucho juego a la hora de hacer tablas y que escenifican como nadie la fractura interna de una familia o un país.
Mientras los líderes de la CUP recogían de la pista de atletismo de Sabadell los vidrios rotos de un partido hecho añicos y anunciaban que el 2 de enero ya verán qué hacen consigo mismos y con Artur Mas, me acordé del vídeo con el que Baños promocionó su candidatura a presidente de la Generalitat. En el corto, mientras los cuperos avanzaban por la carretera empujando una furgoneta desfondada que adelantaban a toda velocidad los cochazos de sus contrincantes electorales, una voz en off repetía el lema de la formación: «Vamos despacio porque vamos más lejos».
La estrafalaria igualada de ayer confirma que, en efecto, van despacio. Pero lo que no sabemos todavía es lo lejos que están dispuestos Artur Mas y la CUP a llevarnos en este suicida viaje a ninguna parte.