Despreciando el resultado del 20 de diciembre, que significó para el PSOE una debacle electoral sin precedentes; desoyendo a todos los que en su dirección creen que ir al Gobierno de la mano de Podemos y del independentismo catalán marcaría un punto sin retorno en el proceso de la autodestrucción del socialismo; y rompiendo una costumbre constitucional de cuatro décadas, según la cual el candidato ganador era investido presidente en primera o segunda votación, Pedro Sánchez ha antepuesto a todo lo anterior su interés personal en llegar a la Moncloa como único medio de convertir en éxito el desastre derivado de su compromiso más solemne: «No ganar las elecciones sería un fracaso».
Pues bien, los números no engañan: quedar a 33 escaños, 1.700.000 votos y casi siete puntos del primero, y ganar en 6 provincias y dos comunidades (por 35 y 13, respectivamente, del PP) supone no ganar las elecciones y, en consecuencia un gran fracaso.
Pero a Sánchez, que ha decidido actuar en palabras de la líder socialista andaluza como un «oportunista» y un «aventurero», todo eso le da igual. También mentir abiertamente, para construir sobre dos patas averiadas un cuento de la lechera que, si llegase a ser investido presidente, lo dejará, más pronto que tarde, sin posibilidad de gobernar.
La primera pata nace de la necia suposición de que un Gobierno PSOE-Podemos tendrá el margen del que no han dispuesto en Europa ni los socialistas ni quienes se sitúan a su izquierda: aquel Tsipras, en tiempos mirlo blanco del radicalismo podemita, que no se atreve ya a mentarlo, una vez que el griego se ha aplicado, como todos, a ajustar la economía. A Sánchez no le quedarán, por eso, más que dos opciones: o mantener el control del gasto que ha permitido a España comenzar la recuperación en los dos últimos años, algo en lo que Iglesias no lo apoyaría, pues para él equivaldría a suicidarse; o tomar el inicial camino errático del socialismo francés o de Syriza, lo que produciría dos efectos: primero, hundir la recuperación; y, segundo, tras la segura rectificación del PSOE, dejarlo sin apoyo parlamentario para seguir en el Gobierno.
La segunda parte del cuento de la lechera es aun más descarada: ofrecer a Podemos, a cambio de su exigencia innegociable de convocar un referendo de autodeterminación en Cataluña, una confusa reforma constitucional que permitiría, supuestamente, la celebración de un consulta en toda España. Es más que dudoso que Podemos acepte tal enjuague, pero, aun en ese caso, miente Sánchez y sabe que lo hace: ninguna reforma constitucional puede acometerse hoy en España sin contar con el PP, que dispone en las Cortes de una minoría de bloqueo que la convierte en imposible.
Tiene razón Susana Díaz cuando califica de aventurero a su secretario general, pues eso es en política quien está dispuesto a llevar a su país y a su partido a una catástrofe con tal de satisfacer sus egoístas ambiciones personales.