Es esta una campaña extraña. Casi surrealista. Tal vez porque se ha convertido en algo perpetuo, y a los espectáculos perpetuos, como el ciclo del carbono o la fotosíntesis, uno asiste sin darse cuenta. O tal vez sea porque, alcanzado cierto nivel de nerviosismo, hemos dado el tratamiento de elecciones generales a todas las citas de este año, desde las municipales a las catalanas, y llega un momento en que tres elecciones generales en siete meses se hacen muy indigestas. Incluso para los tuiteros que le van poniendo corrosivos e inteligentes pies de foto a la política nacional.
Es una campaña plagada de debates decisivos -hasta se han titulado así en la tele- que luego quizás no lo sean tanto. Primero porque de tanto debatir hemos alcanzado un nivel de saturación en sangre que nos hace inmunes a los gambazos, los sudores y las risas flojas de los candidatos. Y luego porque, a pesar de tanto debate decisivo, esta es la campaña de la indecisión. Hay un 40 % de votantes kafkianos, aferrados a su incertidumbre, agazapados entre quienes blanden orgullosos su apoyo a Podemos y Ciudadanos y los que confiesan entre dientes que reincidirán en el voto al PP o al PSOE.
Como buscan al decisivo indeciso, los cuatro partidos quieren ser de centro. Pretenden acampar allí donde Busquets roba balones y reparte juego, que en política es lo que hacía Adolfo Suárez. Pero, como dijo aquí Fernando Ónega, solo Suárez puede ser Suárez, que viene a ser lo que decía Esquilo en aquella cita con la que Cunqueiro abría El hombre que se parece a Orestes:
-Ha llegado un hombre que se parece a Orestes.
-A Orestes solo se parece Orestes.
A mí a estas alturas de la campaña ya nadie se me parece a Suárez. Ni siquiera a Orestes. Y solo se me ocurre gritar aquello que unos le escucharon proclamar a un sindicalista peronista, derrumbado por la crudeza del corralito en Argentina, pero que otros aseguran haber oído en labios de un heterodoxo asistente al mitin de un cacique local del PRI, empeñado en enumerar los logros materiales que ese partido con vocación de eternidad había levantado en un pueblo mexicano:
-¡Menos realidades y más promesas!