Hay cuatro en la parrilla de salida. En la parrilla de la televisión, digo. Parece que vamos a elegir qué presentador de televisión queremos en vez de qué presidente. La clave está en el share (cuota de audiencia), en un vídeo viral en Internet o en la metadona de las encuestas, cuando solo el número de escaños, las papeletas en las urnas, dictará la verdad. Nadie es presidente por ganar una encuesta. O por tocar la guitarra y cantar una nana en un programa de televisión. En el primer debate entre los tres jóvenes se vio la sobredosis de ansiedad que tienen. Dos pavos (ir)reales de la palabra y un recitador de chuletas. Sánchez, Rivera e Iglesias estaban tan revolucionados como zen es Mariano (tan zen es que no estuvo). Mariano, desde su más allá de atril vacío, seguro que zanjaba el trío con un fue un debate de inmaduros. Sánchez es como el Ken de la Barbie. Y repite socialistas como un mantra. Rivera es pillo. Tiene un peteiro venenoso. Iglesias es como ese hermano pequeño que no se calla nunca, ni debajo del agua. Es curioso. Pablo Iglesias quiere ser la versión siglo XXI con coleta del Felipe González de pana del 82. Albert Rivera quiere ser Adolfo Suárez por encima de todas las cosas. Y Pedro Sánchez, ¿qué quiere ser Pedro Sánchez? No lo sabe ni él. A veces Zapatero, otras Largo Caballero. Mariano Rajoy es el único que quiere ser Mariano Rajoy de toda la vida, con su Marca debajo del brazo y sus collejas, lo que no sé muy bien si es malo o pésimo. Soraya, por cierto, querría ser Mariano Rajoy. Y en este dramón de Benavente andamos. Lo peor es que Pablo tiene razón. Como la campaña sea así de intensa hasta el día 20, no la aguanta ni un jípster con la barba de Arda Turan y, de España, se va a querer ir hasta Valladolid.