Por qué Cataluña no ha sido ni reino ni Estado

OPINIÓN

02 dic 2015 . Actualizado a las 05:00 h.

Ningún libro de historia, ninguna biblioteca, ningún archivo, por histórico que sea, explica mejor que lo que ahora estamos viviendo por qué Cataluña no ha sido nunca ni reino ni Estado-nación: un presidente en funciones de la Generalitat arrastrando la ley y la dignidad del cargo en un lodazal con tal de repetir puesto.

Por si quedaba alguna duda entre los abducidos por esa clerecía de políticos, curas, escritores, periodistas, comediantes, enseñantes, funcionarios y académicos que, con dinero público y prebendas, alienta la separación de Cataluña del resto de España, lo que presenciamos estos días es la demostración palpable de que a Cataluña le falta lo más importante: una clase política que no confunda el gobierno con los negocios, la política con el circo y la ciudadanía con un rebaño de borregos; y un cierto empresariado de provincias que deje de soñar con el proteccionismo y acepte la competencia. Una clase dirigente, en fin, que prefiera conducir la parte grande antes que la pequeña y palurda.

A los independentistas catalanes les ha faltado siempre el sentido del tiempo, tan fundamental en política. Impulsar un proyecto secesionista e imperialista (anexión de Baleares y zonas de Aragón y Valencia, como se pretendió en la Segunda República) que divide a la sociedad y no la une, dentro de una UE de Estados que busca lo contrario, es una extravagancia, un anacronismo y una traición al resto de españoles y a los propios catalanes, a los que de nuevo un grupo de dirigentes cínicos han empobrecido, engañado, enrabietado y frustrado.

Y ese desafío, ese intento de desconexión, está teniendo consecuencias sobre la economía catalana, según varias instituciones, por la incertidumbre que genera y la inseguridad jurídica que causarían las medidas antisistema que conlleva el apoyo de la CUP.

En toda esta locura ha tenido mucho que ver la preponderancia de la emoción frente a la razón, de la ensoñación frente a la realidad, que personajes como Pujol, Junqueras, Forcadell y Mas han fomentado entre incautos de una sociedad desarrollada en la que la política se ha convertido en antipolítica; la gestión, en desorden y la convivencia, en caos.

Y en este predominio de las emociones, mucho más manipulables que las razones, han jugado papel determinante la enseñanza, los medios de comunicación locales y las redes sociales, a través de los cuales los adalides de la seducción transitoria han anulado la razón e introducido la fragmentación, hasta obtener el resultado que conocemos.

El proceso secesionista de algunos catalanes, como antes el de algunos vascos, ha producido efecto rebote en la sociedad española: la ha fortalecido con una mayor conciencia de la nación y un mayor respeto a la ley y hacia los símbolos que nos unen y representan. Y algo más: la constancia de que todo esto hay que conservarlo exhibiéndolo y no escondiéndolo, practicándolo y no entumeciéndolo.