Espectacular reacción de solidaridad. Desde todo el mundo. Desde cualquier rincón. Hasta los moáis de la isla de Pascua se han inclinado. Apoyo unánime contra el horror. Montañas de flores por las víctimas. Increíble reacción a la petición de donación de sangre en París. Una cadena humana de brazos. Ante atentados así parece que más que nunca la solidaridad se multiplica. Pero no es así. Si lo observamos con más cuidado, aparecen las sombras más espantosas de cómo el corazón humano esconde un gusano. Ahora hasta podemos asistir en directo a ese espectáculo de odio en la impunidad de las redes sociales. Ahí ya están las primeras señales del fantasma. Mensajes de que hay que quemar el campamento de refugiados de Calais. Comentarios de que tenían razón los que querían muros en el sur de Europa para que dejen de llegar sirios y eritreos. Ven cómo la solidaridad no se multiplicó el viernes por la noche. La solidaridad se ha dividido, quebrado, como la confianza, justo lo que buscan unos y otros que quieren una guerra. La solidaridad está herida. El buenismo se esfuma en seguida cuando asoma su hocico el miedo. Que tengan cuidado los híspters con sus barbas que llevan a la confusión. Peligro para los morenos de tez. Los sirios ya no son mujeres, hombres y niños como nosotros que escapan. Y eso que escapan justo de los mismos que atentaron el viernes en París. Ahora todos serán sospechosos para los servicios de inteligencia. Ahora las alertas de que los campamentos de refugiados no aguantarán el rigor del invierno no acelerarán la maquinaria pesada de la Unión Europea para salvarlos. No lo hará. Esa maquinaria desastrosa que se mueve como un tanque gripado solo se centrará en devolver el golpe. Hollande necesita venganza y no sirios.