Mi tío Luis, médico rural dedicado a su profesión en cuerpo y alma durante la mayor parte de su vida, contestaba a mi hermano Mario y a mi primo Mundo (otro hermano en realidad) cuando, estudiantes los dos de Medicina, le preguntaban cómo se hacía esto o aquello, con una recomendación que ni uno ni otro iban a echar ya jamás en saco roto: «Con mucho cuidado», les decía.
Tal respuesta, que algunos podrían considerar una evasiva, constituía en realidad la lección verdadera de un maestro, pues hay cosas que, se hagan como se hagan, deben siempre hacerse con cuidado: todo lo que se refiere a los impuestos, sin ir más lejos.
La razón es muy sencilla: para quien los paga, los impuestos suponen un esfuerzo formidable, que no debe tomarse a la ligera; para quienes reciben gracias a ellos prestaciones, la frivolidad resulta igual de peligrosa, pues todo lo que se gasta mal o despilfarra se esfuma para afrontar necesidades que superan siempre las posibilidades de cubrirlas con el dinero de los contribuyentes. Por eso, cuando el miércoles escuché al presidente de la Xunta anunciar en el Parlamento varias propuestas sobre ingresos y gastos públicos, no pude por menos de recordar la sabia recomendación de mi tío Luis.
El llamado cheque bebé, sobre cuya aportación a la natalidad tengo serias dudas, solo es, en todo caso, una medida razonable si, al contrario de lo que hizo a lo loco Zapatero, se concede relacionado con la renta, controlando que quienes no lo necesitan no lo cobren: hacerlo de otro modo constituye económicamente un derroche intolerable y políticamente, un abuso inmoral del dinero que es de todos.
Sobre la exención de algunos impuestos autonómicos para las fincas situadas en suelo rústico, no acabo de entender por qué una finca que se vende por un precio muy superior a un barato piso urbano queda exenta de pagar impuestos que la vivienda sí debe abonar. Pues lo importante para la tributación no ha de ser el lugar donde se realiza la transmisión de propiedad, sino, en todo caso, su valor.
Finalmente, la casi supresión en la práctica del impuesto de sucesiones tiene, creo, un justificación más que razonable: que los bienes que constituyen el caudal hereditario ya han pagado (o debían haberlo hecho) en su día, vía renta o vía patrimonio, los impuestos correspondientes, lo que aporta un buen motivo para no gravar dos veces por lo mismo: cuando se gana y cuando se transmite por herencia.
Es una pena que estos asuntos, cuya decisiva importancia general todos podemos entender, no hayan constituido, entre otros, el centro de un debate parlamentario que se ha resuelto como siempre: descalificando de tal modo la acción de la Xunta y sus propuestas que toda discusión seria sobre la primera y las segundas se convierte en imposible. Quizá por eso el debate no le ha interesado a casi nadie.