A mi gata Copito -que se llama así en homenaje a un gorila albino y catalán de importación conocido como Floquet de Neu- le gusta mordisquear el periódico, ver cómo gira la ropa en el tambor de la lavadora y perseguir sombras. Cuando un rayo de sol despistado se cuela entre las nubes y aterriza sobre el parqué con sus siluetas y sus proyecciones, a Copito le da por recuperar su instinto felino de cazadora y echa la zarpa, corretea y salta detrás de una sombra cualquiera.
Como es una gata tobillera y de salón no ha visto mucho sol en sus dos meses de vida, así que a menudo persigue su propia sombra, que es algo que le haría mucha gracia a Peter Pan, al que su sombra, siempre díscola, se le escapaba cada dos por tres. Por eso, como ni siquiera en el País de Nunca Jamás había logrado la magia acabar con el machismo de aquel Londres victoriano, Peter le llevaba su sombra a Wendy para que se la cosiese al talón y no se volviese a escapar.
No sé por qué, pero cuando este sol rastrero que agoniza con septiembre proyecta las siluetas más largas del año y veo a Copito enzarzada con su sombra, tratando de alcanzarla para luego colocarla en el cesto junto a sus otros trofeos, se me viene a la cabeza Artur Mas y su hoja de ruta para desenchufar Cataluña de España. Debe de ser que, como a Alonso Quijano, de tanto leer se me secan los sesos, porque no sé qué tendrá que ver el número cuatro de la lista de Junts pel Sí con el País de Nunca Jamás, los niños descarriados o ese Peter Pan que se negaba a crecer.