En los últimos días se produjeron dos noticias totalmente opuestas sobre esta materia. Por un lado, California se convirtió en el quinto estado norteamericano en aprobar esta práctica, aunque con una particularidad relevante: esta ley tiene plazo de caducidad, a los 10 años habrá de tramitarse nuevamente, lo cual parece indicar que el legislador no las tiene todas consigo. Mientras tanto, en el parlamento del Reino Unido se producía un contundente rechazo de la misma práctica (330 votos frente a 118).
Traigo esto a colación porque me parece muy significativo, en la línea de no simplificar un debate que presenta numerosas aristas. Esas noticias evidencian que el no al suicidio asistido (y a la eutanasia) no es patrimonio de ninguna cultura, de ninguna religión, de ningún grupo político, no es cuestión de progres y carcas, de mitras o sombreros con el arcoíris. Es la conclusión de ponderar los valores en juego, con realismo, con humanidad. Sabiendo, siempre, que la verdad es sinfónica y que nadie la posee en soledad.
Lo que me gustaría es que en mi país hubiese más reflexión seria y rigurosa sobre estos asuntos. Y también que se dotaran más y mejor las unidades de cuidados paliativos, las de hospitalización a domicilio y las residencias asistidas, para ofrecer la mejor atención posible a las personas cuya muerte está cercana, para que su tránsito sea sin dolor, en paz y con una mano amiga hasta el último momento.