El nuevo muñeco de la izquierda española

Fernando Ónega
Fernando Ónega DESDE LA CORTE

OPINIÓN

16 sep 2015 . Actualizado a las 05:00 h.

«¡Mío, mío!», gritan los políticos de izquierdas, como los chavales cuando regatean un balón. El nuevo balón de la izquierda española se llama Jeremy Corbyn, y es el recién elegido líder del Partido Laborista británico. No es ningún genio, según parece. El primer ministro Cameron llegó a calificarlo como «un peligro para la seguridad nacional», mucho peor que Pedro Sánchez para Rajoy, porque el presidente español no pasa de considerar al líder del PSOE solo como un peligro para la recuperación económica. Y algo peor: las ideas marxistas, más que socialdemócratas y modernas del señor Corbyn, están abriendo una grieta en el laborismo que puede conducir a la escisión del partido.

Pero es de izquierdas, un respeto. Es la última aportación de la izquierda a la lista de sus líderes en Europa, y la novedad crea veneración. Es de izquierda radical, lo más radical que se ha visto después de Tsipras, y eso alimenta nostalgias de otras hazañas. Amenaza a la banca, vieja costumbre perdida. Y todo eso junto hace que sus simpatizantes lo hagan su nuevo referente y le otorguen la categoría de mito en una ideología que vive de sus mitos. Sin haber concurrido a unas elecciones legislativas, sin saber cuánta sociedad le respalda y sin saber si sus propuestas son importables desde España, Corbyn ha comenzado a reinar en la socialdemocracia de Europa. Quizá ha comenzado también a romperla, pero de momento representa la tierra prometida.

Así se explica que Pablo Iglesias esté erotizado con él, hasta el punto de que escribió un artículo para hacernos saber que Corbyn es conocido en el Reino Unido como «el Pablo Iglesias español». Lo leyeron en el PSOE, se rasgaron las vestiduras ante los metros de ventaja hispano-británica que les sacaba Iglesias, y se lanzaron a decir que Corbyn era cosa suya, no de Podemos, que los socialistas oficiales son los parecidos y solo les faltó pedir una prueba genética y a analizar el ADN de sus programas y discursos para demostrar el parentesco. Pedro Sánchez fue así de contundente: «El Partido Laborista británico y el PSOE somos partidos hermanos». Pudo añadir, si fuese un poco coplero: «Y a ti, Podemos, te encontré en la calle».

El espectáculo es entretenido y contiene un elemento de relieve: lo que está en juego no es la identidad siempre discutible con el discutido Corbyn. Es la preeminencia dentro de la izquierda. Se decidirá en las elecciones de diciembre, pero Corbyn tiene un poder mágico: aquel a quien designare su equivalente en España, Pedro o Pablo, recibirá un regalo de imagen en forma de reconocimiento y legitimidad ideológica de inmenso valor electoral. Eso es lo que se ventila en esta insólita, descarada y algo impúdica apropiación.