¿A qué juega Felipe González?

OPINIÓN

10 sep 2015 . Actualizado a las 05:00 h.

Felipe González, que acumula una enorme y fructífera experiencia de Gobierno, y que conserva buena parte de su liderazgo entre todos los españoles, debería saber mejor que nadie que, puestos en el desafío independentista, los matices y titubeos favorecen a Mas, mientras que a España solo puede favorecerla el «decir sí o no como Cristo nos enseña». Por eso resulta difícil entender que, puesto a escribir su valiente artículo de la semana pasada, en defensa de la unidad del país, haya cedido en su último párrafo a la tentación de la equidistancia, para dejar bien claro que no está con Mas, pero que tampoco quiere estar con el PP.

Precisamente por eso, porque quiere estar al mismo tiempo repicando las campanas y en la procesión, volvió a hacer unas declaraciones al principal periódico de Cataluña en las que venía a afirmar que, en una futura e hipotética reforma constitucional, debería reconocerse la identidad nacional de Cataluña. Dicha idea, que en un período normalizado no pasaría de ser un brindis al sol, se convirtió en un segundo tropezón en la piedra de la equidistancia, que, más allá de favorecer a Mas y Junqueras y perjudicar a Rajoy, también metió en un brete a Pedro Sánchez y al PSOE, a los que vino a jeringarles la ya tardía y necesaria estrategia de reconciliarse con la unidad de España y la defensa de sus símbolos constitucionales, y de enterrar sin matices el chalaneo indecente que se trajo el PSC con el independentismo, con la burla de la legalidad constitucional y con la redacción de una Constitución asimétrica que viniese a reconocer que Cataluña es tierra noble y todas las demás plebeyas.

Lo más curioso es que esta metedura de pata de González resultó agravada por una traducción no autorizada que hizo La Vanguardia, que, lejos de contentarse con ese ambiguo reconocimiento de la identidad nacional de Cataluña, le transmitió a sus lectores una versión endurecida del chalaneo, en la que expresidente pedía directamente que Cataluña fuese reconocida como nación. Felipe González lo desmintió rotundamente, aprovechando la peregrina e inoportuna inauguración de una «tercera vía», abstracta e imposible de explicitar, que ya se convirtió en el tercer tropezón del líder socialista en la misma piedra de la ambigüedad. Pero el daño ya estaba hecho, y Artur Mas ya había convocado dos ruedas de prensa para exhibir los progresos de su contumaz y revirada confrontación con España, con la UE y con el sentido común.

La idea de España de Felipe González no es dudosa, y su esfuerzo por defenderla tampoco. Pero eso no impide que, en su estéril afán de matizar lo obvio, se haya columpiado como un novato, hasta convertir a Pedro Sánchez en un Adenauer mediterráneo. Y eso, en él, es imperdonable, porque ya debería saber que la mayor fuente de errores es la tibieza irresponsable.