Traba

Xosé Ameixeiras
Xosé Ameixeiras ARA SOLIS

OPINIÓN

07 ago 2015 . Actualizado a las 05:00 h.

Mientras el mundo recuerda con el ánimo encogido el aliento encendido de la guerra que lo arrasó todo en Hiroshima hace 70 años, el mar sigue terco cabalgando incesante hasta dejarse morir derrotado en el manto de arena de Traba. Este enclave de la Costa da Morte también ha sido escenario de tragedias. Las que ha traído el océano, con barcos y vidas que han tenido su fin en estas aguas siempre revueltas. En esta aldea han ido criando a sus hijos para enviarlos a las urbes y a la emigración y los viejos miran por las ventajas si el viento del Atlántico trae noticias de los que volaron. Habla incesante, pero no siempre se le entiende. Son los enigmas de esta tierra. Como el de la laguna escondida entre cañas y heno que guarda en su fondo la vieja ciudad de Valverde, hundida por castigo divino.

En Traba, la vida discurre ajena a los presupuestos de Rajoy, al pulso de Mas, a la fiebre electoralista que se avecina y a la idea de Europa que se tambalea al borde del precipicio. Es un buen lugar para perder el tiempo o ganárselo a la vida. Un paraíso diseñado por el viento sobre el granito, el escenario ideal para los sueños inmortales. En todos los pueblos ardió algún bosque de la historia. Y en este valle, también. El valle que besa los pies de los Penedos comparte apellido con el conde Traba, hombre clave en la Edad Media gallega que fue regente de Alfonso V.

Luis Rabuñal, incorregible e incansable ornitólogo con miles de horas al acecho entre las cañas de laguna, avistó el 18 de septiembre de 1982 un reinita coronada, un pajarillo de 15 gramos que cruzó el Atlántico desde Canadá, un prodigio de la naturaleza. La grandeza solo está al alcance de los intrépidos y de los corazones generosos.