Representaciones y principios

Luis Ferrer i Balsebre
Luis Ferrer i Balsebre EL TONEL DE DIÓGENES

OPINIÓN

19 jul 2015 . Actualizado a las 05:00 h.

El culebrón griego de los últimos meses tiene tantas lecturas como actores participan en la representación.

Félix de Azúa se pregunta en su Diccionario de las artes: «¿Por qué hablamos de representación?». En el caso que nos ocupa, de una representación diplomática de la UE o de Grecia. Según su opinión, lo hacemos porque la verdad de las cosas solo puede conocerse a través de un juego, una ficción aceptada y pactada por todos. Una representación es una ficción que produce una «realidad».

Aceptamos la ficción de que un ciudadano sea la representación de Grecia o de Alemania porque Grecia o Alemania solo existen a través de un actor a quien todos dejamos ser una u otra mientras convenga. Las representaciones son crueles porque solo son verdad mientras se mantiene la ficción; cuando la representación nos aburre o nos perjudica, la abandonamos, y el individuo que hasta entonces era Grecia pasa a ser un señor sin más. 

Con el culebrón griego ha pasado algo de este orden en donde el juego de representaciones se ha mantenido hasta que este acabó siendo tan incómodo que se decidió suspender la función y sacar a escena la auténtica realidad en la que nadie representa otra cosa más que lo que verdaderamente es. 

Freud distinguía dos principios rectores del funcionamiento mental: el principio de deseo y el de realidad. Ambos actúan de forma recursiva, de tal forma que, si bien el deseo busca el placer inmediato y eliminar cualquier cosa que nos produzca malestar; el de realidad se cimenta en lo posible y regula al otro buscando rodeos o aplazando resultados en función de las condiciones impuestas por el mundo exterior.

Los representantes griegos así como gran parte de los nuevos políticos llamados populistas, se han movido y se mueven desde un principio de deseo a través del cual pretenden obtener sus respetables objetivos de forma inmediata, sin tener en cuenta el principio de realidad que a la postre les acaba estallando en la cara.

Las condiciones que impone la realidad actual no permiten la consecución rápida de los objetivos que desean. La única posibilidad civilizada de poder alcanzar lo que buscan pasa primero por cambiar muchos aspectos de lo que actualmente existe, y eso lleva tiempo y necesita de estrategias serenas y pacienzudas.

La estampida testosterónica del macho Varufakis cuando su líbido se topó con el principio de realidad del mundo en que vivimos, no podía producir otra cosa que la que generó: el final del juego y la imposición descarnada de la realidad que pretendía cambiar de un portazo.

Falló la estrategia porque, en lo tocante al deseo y la realidad, no queda otra que pactar.