Pedro Sánchez es Leonard Zelig

Gonzalo Bareño Canosa
Gonzalo Bareño A CONTRACORRIENTE

OPINIÓN

23 jun 2015 . Actualizado a las 05:00 h.

En 1983, Woody Allen creó en su película Zelig a uno de los personajes de ficción más fascinantes de la historia. Leonard Zelig es un hombre con la capacidad de modificar su apariencia en función del medio en el que se desenvuelve. El extraño caso del hombre camaleón arranca el día en el que miente al asegurar que ha leído la novela Moby Dick. Desde entonces, su deseo de ser aceptado le permite adoptar en cada ocasión la imagen de las personas que le rodean. Si está junto a un grupo de judíos, le crecen luengas barbas y tirabuzones en el pelo. Si se mezcla con personas negras, su piel se oscurece y su voz se torna grave. El pasado domingo, tuve la impresión encontrarme ante Zelig cuando el secretario general del PSOE, Pedro Sánchez, apareció en escena en el Circo Price de Madrid con un elegante traje azul, de excelente paño y mejor corte, combinado con una fina corbata roja. Utilizando como un complemento más a su esposa, enfundada en un estiloso vestido rojo, y saludando brazo en alto, a lo que Sánchez se parecía era a un concursante de Tu cara me suena imitando a Kennedy. Pero, ¿acaso no era ese mismo Sánchez el Zelig que copió no hace mucho el gesto y el look de camisa blanca y vaqueros informales de Matteo Renzi para mimetizarse así con el joven e izquierdista primer ministro italiano?

El déjà vu de estar viendo en el Price la película de Allen aumentó cuando detrás de Sánchez, y en un acto puramente de partido, emergió, sin que nadie diera una explicación coherente, una enorme bandera de España. Ese Pedro Sánchez era el mismo que hace exactamente un año, el 25 de junio del 2014, dijo esto en Barcelona: «Quiero a Cataluña como nación». Y el Zapatero que le aplaudía el domingo entusiasmado en primera fila era el mismo que dijo en el 2011 que el concepto de nación española es «discutido y discutible». Pero Sánchez es capaz también de abominar del populismo los jueves y pactar con esos a los que llama populistas los martes. Y hasta hay quien asegura que el día que cenó con Pablo Iglesias, a Sánchez le crecía una coleta. Puro Zelig.

El PSOE, y el propio Sánchez, llevan mucho tiempo criticando al PP por utilizar de manera partidista la bandera de España y a Artur Mas por envolverse en la senyera para obtener rédito político. En ambos casos, con razón. Y ahora, de pronto, Sánchez y su equipo de márketing utilizan esas mismas argucias. No citaremos aquí a Samuel Johnson porque, por más que se refugie ahora en el patriotismo, Sánchez no es un canalla. Pero sí al humorista Kin Hubbard, que hace dos siglos dijo que «cuanto menos aporta un político, más ama a la bandera». De entrada, para que respeten tu enseña, lo primero que debes hacer es respetar la de los demás. Algo que no entienden ni Zapatero ni los hinchas nacionalistas del Athletic y el Barça. Pero el problema para los militantes del PSOE es que, con tanto vaivén, ya no saben si cuando aparece la bandera rojigualda deben quedarse sentados, ponerse de perfil o saludar en posición de firmes.