Berlín huele a fútbol. El estadio olímpico. 76.005 espectadores. Lugar mítico, de Jesse Owens al cabezazo de Zidane a Materazzi por los recuerdos a su hermana. Sobre el green, dos onces elegidos para la gloria o para la derrota. Frustrada la final de las finales, Messi en una final continental contra Cristiano (es difícil que en un mundial llegue a darse un Portugal-Argentina por el título), queda el duelo del tridente contra la Juve. No es poca cosa. Luis Enrique frente a Allegri, el técnico del milagro en el Bernabéu. Solo uno alzará la orejuda. El Barça va a por su quinto título. La Juve, a por el tercero. Aunque son dos grandes de Europa, la final es inédita. De estreno. La balanza de las apuestas señala que ganará el Barcelona sí o sí. Pero también decían lo mismo sobre el Madrid en la semifinal. La Juve tiene peligro. No es un escuadra italiana de las del cerrojo. Pero sabe combinar la música de balón con una defensa fuerte (les va en la sangre). Después del Moratazo, los italianos quieren ahora la segunda sorpresa. Pero enfrente tiene a un Barcelona que ha terminado el año como un tren de alta velocidad por vía segura. Nunca se entendieron tan bien un argentino, un brasileño y un uruguayo haciendo algo a la vez. Verlos jugar es un espectáculo. Es la calidad multiplicada por tres y elevada hasta el infinito por el jugador más pequeño de los tres, que es el más grande. Messi, para el fútbol, es el hombre del milagro de los pases y los goles. Casi en el olvido el discurso de Obama en la puerta de Brandemburgo, ahora toca en Berlín atender al circo del balón. Uno de los dos equipos beberá veneno. En la Historia solo queda el que gana.