Pacto

Carlos Agulló Leal
Carlos Agulló EL CHAFLÁN

OPINIÓN

05 jun 2015 . Actualizado a las 05:00 h.

Habíamos quedado en que el espíritu del pacto era bueno y que le había rentado grandes beneficios a la democracia española. Y ahí estamos, en plena digestión de los resultados electorales, zambullidos en el movedizo mar de las conversaciones en las que, en no pocos casos, actores tradicionalmente principales de la alternancia bipartidista se quedaron con los papeles secundarios. O fuera del reparto. Es lo que los votantes, de forma libre y colectiva, han decidido.

Y como hay tradición de pacto, sería oportuno no desperdiciar el acervo acumulado. Sacar conclusiones, de lo bueno y de lo malo. Con la democracia aprendimos a utilizar palabras y conceptos. Como consenso. Pero con el uso, también es cierto, fueron quedado huecas. La situación no es comparable, pero de algún modo se ha abierto un tiempo nuevo que demanda nuevas formas en las que el acuerdo, la negociación, la integración y el respecto van a ser inexcusables.

Como en aquellos tiempos habrían de ser pactos para construir. No meros instrumentos para desplazar al contrincante. Acuerdos amplios, sólidos y duraderos sobre los que levantar el edificio que los ciudadanos piden. Aunque eso de interpretar la voluntad de la gente no sea una tarea sencilla, y mucho menos ejecutarla. En el último tercio de la experiencia democrática se han visto con demasiada frecuencia pactos artillados con ansias de demolición. No se trata de convertir en dogma (y menos en imperativo legal) que gobierne la lista más votada; porque así, sin más, puede que consiga el mando pero no el gobierno. Pero tampoco conviene hacer cabriolas imposibles que igualmente acaban dando como resultado naves sin gobierno.