El 24M fue una bofetada en la cara para muchos políticos. Se dieron cuenta, de repente, que muchos ciudadanos habían pasado de la queja sorda a la más pura acción democrática. Contemplaron con horror que la corrupción y las políticas inhumanas y cortas de miras se habían convertido en votos en su contra. Y no han sabido asimilarlo.
Lo hemos visto y leído en las teles y en las redes. Los destronados han mutado en profetas del apocalipsis y han augurado que el nuevo escenario político es propicio para que se quemen iglesias, se viole en masa a curas y monjas, se establezca un régimen como la URSS y, a la vez, asome un Hitler en España. Con coleta, claro.
Siempre lideresa, incluso en la derrota, Esperanza Aguirre ha capitaneado esta feroz tropa. Empezó la semana brindando al PSOE la alcaldía que va a asumir Manuela Carmena. Después propuso a la exjueza gobernar juntas si esta renunciaba a convertir en «soviets» los distritos de Madrid. La opinión pública se partió de risa en las redes ante el viraje y el exabrupto. Y se indignó ante los repetidos llamamientos «asustaviejas» a salvar la democracia occidental ante Podemos. Venían de la despiadada y hoy desesperada mujer que gobernó Madrid gracias a que dos diputados del PSOE traicionaron a los suyos en el infame tamayazo. ¿Quién da más miedo?