A escasas jornadas de la cita con las urnas somos pocos los españoles que no estamos hartos de tanta promesa esgrimida por políticos que saben que jamás serán cumplidas. Grandes inversiones. Acabar con la corrupción. Relanzamiento de la vida cultural de las ciudades. Mejora de la educación y sanidad. Prestaciones sociales. Ni un indigente sin techo y comida caliente, etcétera. Se podría hacer pero no pondrán empeño alguno en ello. Prometen de la misma manera que lo hicieron hace cuatro años. Lo argumentan con un convencimiento que a casi nadie engaña, pues en este país el término candidato ya es sinónimo de poco creíble. Quien a alcalde o presidente de comunidad autónoma se presenta le preocupa por encima de todo su poltrona, y después, si hay tiempo para ello, hacer lo mínimo para poder seguir, terminada esa legislatura, igual de placenteramente acomodado. Mientras, los vecinos de cada ciudad o autonomía tenemos que asistir al indignante espectáculo de escuchar las cosas que están dispuestos a hacer si son elegidos, para que esas promesas sean almacenadas en nuestro cerebro de cara a la emisión de nuestro voto. Y verdaderamente no sé por qué actúan así, dado que nos mienten como si descerebrados fuésemos. Vergonzoso e indignante.