La herencia del 15-M

Fernando Ónega
Fernando Ónega DESDE LA CORTE

OPINIÓN

16 may 2015 . Actualizado a las 05:00 h.

Aquel 15 de mayo del 2011 era domingo. Convocados por las redes sociales, multitud de jóvenes se dirigían a la Puerta del Sol a hacer la revolución pacífica. En la ciudad de Madrid se palpaba la emoción: algo importante, todavía desconocido, estaba a punto de ocurrir. Que la cita fuese en la Puerta del Sol, escenario de tantos momentos históricos, aumentaba la magia del momento. Pronto supimos que la plaza estaba llena. Al Gobierno ya menguante de Zapatero se le planteaba un problema de desalojo que Alfredo Pérez Rubalcaba resolvió con la inteligencia de no hacer nada para no provocar un desastre. La sentada se prolongó durante semanas. Nacieron los círculos de debate. Un cartel anunciaba: «Estamos construyendo la democracia, disculpen las molestias». Estaba tomando forma la España de los indignados. Estaba naciendo la idea de transformar el sistema, impulsada desde abajo. Literalmente desde la calle.

Pasados cuatro años, el mero hecho de que se recuerde aquel acontecimiento popular significa que ha triunfado. Por lo menos, no se ha diluido. Fue el último gran movimiento social. Ahora se está administrando su herencia de tres formas. Una, del Gobierno Rajoy, que piensa acallar la indignación de entonces con una recuperación económica que haga olvidar las razones de la protesta. Otra, del partido Podemos, cuyo líder Pablo Iglesias se proclamaba ayer mismo heredero del movimiento, porque de él surgió y de sus ideas de cambio se alimentó. Y la tercera, de los demás partidos, que encontraron en el 15-M una obligada fuente de inspiración para sus programas.

Oficialmente, aquel movimiento ya no existe. La concentración de recuerdo ya no es lo mismo. El intento de reanimarlo el día de reflexión tropieza con las limitaciones de la legislación electoral. Pero, como se dice en el obituario de los grandes hombres, sus aportaciones a la política española lo mantienen vivo. Bajo su influencia se impidieron desahucios y la sociedad se rearmó ante abusos de los poderes político y económico. Se consiguió asentar la necesidad de cambio en los agentes políticos y en las instituciones. Nada de lo ocurrido desde entonces, incluido el debate de la renovación generacional que solemnizó el rey Juan Carlos con su abdicación, se puede entender sin aquel movimiento.

Y lo mejor de aquella espléndida expresión de voluntades espontáneas es que no derivó en una revuelta. Pudo haber ocurrido, como tantas veces en la historia, pero se quedó en una incómoda pero pacífica manifestación. Ahora que estamos en un larguísimo período electoral, lo mejor que podría ocurrir es que el espíritu del 15-M quedara integrado en el sistema. Sería la señal de que la democracia funciona. La mejor señal.