Gentilicios con historia

Francisco Ríos Álvarez
Francisco Ríos LA MIRADA EN LA LENGUA

OPINIÓN

02 may 2015 . Actualizado a las 05:00 h.

¿Se imagina el lector las calles coruñesas o viguesas inundadas de antuerpienses y holmienses? La mayoría no, pero no sería extraño, pues son continuas las visitas a nuestros puertos de cruceros con turistas de toda Europa, entre los que pueden estar, cómo no, los procedentes de Amberes y Estocolmo.

La mayoría de los gentilicios, los adjetivos que denotan la procedencia geográfica de las personas y que se aplican a lo relativo a los lugares a los que se refieren (santanderino, aragonés), suelen formarse a partir de los nombres de estos (Santander, Aragón), los topónimos, a cuya raíz se añade un sufijo. Los principales de estos son -és, -sa (leonés, pontevedresa); -´aco, -´aca o -aco, -aca (austríaco); -án, -ana (alemán); -ita (vietnamita); -ense (estadounidense), e -ino, -ina (alicantino, filipino). Sin embargo, en ocasiones los gentilicios tienen relación con anteriores nombres de los lugares en cuestión.

Entre estos, en España son muchos los que se remontan a la época romana. Así, por ejemplo, leridano, de Lérida, convive con ilerdense, que se emplea tanto para lo relativo a la actual ciudad catalana como a lo referente a la antigua Ilerda.

En el sur es más claro el impacto árabe en la toponimia. Es el caso, por ejemplo, de la ciudad granadina hoy llamada Guadix, fundada por Augusto. Entonces era Acci, y su gentilicio, accitanus, en español accitano, que convive con el moderno guadijeño, derivado del nombre Guadix, topónimo que actualmente pronunciamos con terminación en x, aunque la tradicional fue en j, que se conserva en guadijeño. Hasta principios del siglo XIX el fonema /j/ se representaba con j y con x, de lo que aún dan testimonios nombres como México, que debe pronunciarse siempre con j, esté escrito México o Méjico.

El empleo de esos gentilicios derivados de topónimos antiguos suele ser muy escaso. Quien emite el mensaje está limitado no solo por sus conocimientos, sino también por los de los hipotéticos receptores. Si no queremos emplear el sintagma de Budapest y por miedo al ridículo no nos atrevemos a crearle un gentilicio a esa ciudad (¿budapestense?, ¿budapestés?, ¿budapestíaco?, ¿budapestino?...), podemos recurrir a aquincense (de Aquincum, fundada en el año 89 en las tierras donde hoy se levanta la capital de Hungría), pero fracasaremos en nuestro intento de comunicarnos con la gran mayoría de nuestros interlocutores o nuestros lectores.

Soluciones de este tipo se están dando para topónimos importantes sin gentilicio con tradición en el español. El Diccionario, muy prudente, solo registra los consolidados por el uso.