Insultos en campaña

Ramón Pernas
Ramón Pernas NORDÉS

OPINIÓN

14 mar 2015 . Actualizado a las 05:00 h.

No aprendemos, nos quedan ocho o nueve meses insoportables, varios comicios, múltiples campañas electorales, una batería de insultos y descalificaciones, el mal olor que sale de las alcantarillas del poder, la guerra mediática plagada del «y tú más» permanente, un ramillete de trapos sucios que agavillan a otros muy sucios, candidatos sacrificados y toda la insolencia de la que solo es capaz de ejercitarse desde el poder.

Oposición crecida y sobrada y desprecio sistemático por los ciudadanos. Sufridos electores destinatarios de mentiras piadosas y falsas e irrealizables promesas incumplidas.

El desprecio está siendo infinito. Un ministro de Defensa, Morenés, sin contestar a la interpelación parlamentaria y exhibiendo una respuesta falaz que rozaba la insolencia y el insulto, mandó callar a las parlamentarias que apoyaban solidarias la pregunta de Irene Lozano.

Hace unos días una intervención en el Congreso, donde se celebraba el anual debate del estado de la nación, sacó literalmente de sus casillas al quiet man, al hombre tranquilo, al presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, quien quebrando «el ademán impasible» de hombre de hielo que le caracteriza, contestó airado a Pedro Sánchez, invitándolo a que no fuera más por allí -el Congreso de los diputados- y calificando de patético su discurso.

Malos tiempos para la lírica. El enemigo somos todos, aunque esté plenamente identificado. Las campañas electorales son puñaladas múltiples en la espalda de la democracia, un catálogo de malos modos, de tesis tabernarias, de zancadillas colectivas y de mentiras amplificadas que sustentan un plural o conmigo o contra mí. Leo una entrevista de un tal Miguel Tellado, portavoz popular de Galicia, que pese a comenzar enunciando «Sin callarme ante los insultos, he intentado no crispar la vida política de Galicia», pasa a continuación a enumerar un despliegue de descalificaciones al adversario político que en nada benefician al argumentario de su partido.

Y como él, la oposición mayoritaria empeñada en obstinarse en un bucle dialéctico ayuno de propuestas rigurosas. No voy a aludir aquí a la dialéctica políticamente procaz y esquizoide de parlamentarios que antes fueron referentes de la izquierda nacionalista en la Cámara gallega, como el diputado Beiras, motivo de un análisis más complicado y que trasciende a este párvulo artículo...

Los rebaños de todas las ovejas han comenzado a aburrirse tediosamente, y ven cómo sin comenzar la temporada alta de las campañas que vienen con sus nuevas propuestas emergentes de partidos debutantes que bordean la utopía. Siguen la vieja secuencia de la fórmula que funcionó hasta que la transición puso la fecha de caducidad.

Hay que cambiar el discurso buscando lo que nos une, instalándonos en una dinámica de la practicidad. Sin zarpazos que hagan difícil cauterizar las heridas, pues no hay nada más lesivo que la palabra, ni nada tan soez como el insulto.

No sé hasta cuándo podemos aguantar sin aprender a decir basta, aunque sea votando estúpidamente en blanco. Que Dios nos coja confesados, que el enemigo no duerme.