Pedro Sánchez quizá no sea un genio. Aquí mismo hemos censurado, posiblemente antes que nadie, algunas de sus primeras ingenuidades. En su descargo se podría decir que fue víctima de sus impulsos juveniles, que no ha tenido tiempo de demostrar su valía o que le ha tocado gobernar el Partido Socialista en la peor circunstancia imaginable. Yo dejo su calificación en expectativa, pero no me apunto a su demolición. No me apunto, porque ponga usted la mano en el corazón y respóndame a estas preguntas: si usted dirigiese un partido político y su candidato en Madrid está sometido a una interminable erosión por su gestión en el famoso Tranvía de Parla, con un incremento injustificable del coste, ¿lo mantendría contra viento y marea? Si ese candidato, además, aparece como perdedor en las encuestas y a la baja, ¿le gustaría presentarse con él a unas elecciones tan decisivas como las de mayo y en una Comunidad que no es precisamente una aldea de provincias?
Si usted responde afirmativamente a esas preguntas, no siga leyendo: es evidente que no hay ninguna sintonía entre usted y Pedro Sánchez. Si las respuestas son negativas, creo que nos podemos entender: yo, desde luego, haría lo mismo que Pedro Sánchez y usted. ¿Elegiría otro momento? Es posible. ¿Escogería otro procedimiento? Es probable, pero con algunas limitaciones: ni el momento ni el procedimiento dependen de la voluntad del secretario general de un partido. El momento, porque se actúa cuando se tiene toda la información. El procedimiento, porque quizá no haya otro: el consenso en la destitución de un cargo es difícil de alcanzar porque la masa social se divide entre partidarios acérrimos y adversarios y el consentimiento de la víctima se buscó, pero con resultado nulo.
El problema viene ahora. Como estaba en marcha un proceso de demolición de Pedro Sánchez, se aprovecha el fregado de Madrid para meterle otro viaje. Y como el PSOE hizo de las elecciones primarias su seña de identidad democrática, hay que pagar el precio de no convocarlas. Resultado: el díscolo Partido Socialista de Madrid, que ya era levantisco cuando se llamaba Federación Socialista Madrileña, hace arder a todo el partido y en toda España, como si un virus suicida se hubiera metido en sus venas. ¿Cuál es la solución? No hay otra que la que dijo García Page: en la tormenta se está con el capitán del barco. De lo contrario, el caos es inevitable. Y el caos, en este caso, es el hundimiento de un partido de gobierno. Cualquier reflexión me lleva siempre a la misma conclusión: disciplina y autoridad. Y a una convicción: el malo no es Sánchez, y si lo es, no haberlo elegido; el malo es quien le pone zancadillas con absoluta miopía electoral.