Lo que nos deja París

Fernando Ónega
Fernando Ónega DESDE LA CORTE

OPINIÓN

13 ene 2015 . Actualizado a las 05:00 h.

La primera obligación de un gobernante es convertir las desgracias en un impulso de protagonismo. François Hollande lo hizo a la perfección. Antes del atentado de París era un pusilánime; después, un tipo valeroso. Abraza como nadie en el luto. Al pasar, mira a las ventanas con aire de emperador que va ganando una batalla. Contagia emoción a la sociedad invocando las grandes palabras de la República, singularmente la palabra libertad. Capitaliza la indignación interior y sabe aprovechar la conmoción internacional para convocar a medio centenar de líderes a París. Sitúa a su ministro del Interior en el centro de las decisiones para luchar contra el terrorismo yihadista. Y aprendió de la lección española y lo primero que hace es convocar a los demás líderes a su despacho en un gesto de compartir responsabilidades, pero no honores: no los invitó a presidir la manifestación y supo marcar distancias con Marine Le Pen.

Sobresaliente, pues, al señor Hollande. Supongo que las encuestas le darán un leve repunte en el aprecio popular, con lo cual el atentado pasa a ser un desastre aprovechado con astucia. Supongo que queda algo más rehabilitado ante la opinión internacional, porque nadie había conseguido reunir a tantos líderes, salvo cuando se muere un jefe de Estado. Y, a efectos de lo que estos días lamentamos, ha vuelto a ser evidente que no todos los muertos por terrorismo son iguales. Pesan más los 17 de París que los 192 del nuestro triste 11-M o el medio centenar de Londres. Pesa más el crimen de algún símbolo (en este caso de libertad de expresión) que las decenas de víctimas indiscriminadas que caen todos los días en lejanos países, rotos por metralla y restos de coches-bomba.

Ahora, después de los fastos, la emoción, los impulsos éticos y todo el ceremonial al que convoca la muerte, cada líder volvió a su país y la emoción irá decayendo. Rajoy, por ejemplo, pasó del gran discurso de París a dirigir la batalla de los ayuntamientos. Pasó del abrazo a Hollande y demás estadistas a abrazar a Carlos Floriano como estratega. Se ha elevado un atentado a la categoría de guerra (nada menos que contra la civilización occidental) y ahora viene la normalidad más prosaica: redactar las medidas que morderán trozos de libertad a cambio de seguridad, que es lo que se quiere valorar como el gran patrimonio de Occidente. No tengáis ninguna duda de lo que va a ocurrir: quienes quieren reformar las leyes para endurecer las penas, lo harán sin diferenciar yihadistas que asesinan en masa de delincuentes menores; y quienes, como el Gobierno español, proponen escuchas telefónicas sin autorización judicial, encontraron el argumento para justificarlas. Todo sea por la seguridad.