Dónde está el error del gallego

OPINIÓN

15 dic 2014 . Actualizado a las 05:00 h.

La Administración no fue nada cicatera, sino todo lo contrario, con el idioma gallego. Pero cometió el error de confundir su promoción efectiva con la normalización, y ahí está la madre del cordero. Porque, aunque las políticas emprendidas fueron eficientes, sinceras y bien dotadas, lo que en realidad consiguieron fue invertir el diagnóstico de la anormalidad. Donde antes se hablaba castellano -la Administración, la política, la universidad y los ritos sociales- se habla ahora gallego. Y donde antes se hablaba el gallego -la familia, la taberna, las verbenas, los campos y la plaza de abastos- se habla ahora castellano.

Y, dado que los segundos son más que los primeros, hemos hecho un negocio ruinoso. ¿Y por qué la política lingüística no consiguió prestigiar el gallego? Porque todo lo que tiene que ver con la normalización de nuestra lengua -sus élites, sus instituciones, sus escritores, sus editores, sus beneficiarios y los que lo usan como signo de reivindicación y legitimación excluyente- está ritualizado, y nada de cuanto se hace en gallego suena a auténtico, a espontáneo, a normal o a neutro. También en esto se ha producido una inversión de posiciones, y, mientras la Xunta del PP ha ganado cierta autenticidad, las luchas de la Real Academia, el Día das Letras Galegas, los grupos de presión que tutelan la esencia de la galleguidad, y los partidos que emplean el gallego como herramienta de división han generado sobre la lengua madre una sensación de artificio y de uso profesionalizado que ya afecta incluso a los que, por haber nacido en pueblos que solo hablaban gallego, hemos sido galegofalantes con total normalidad.

El gallego tiene otras eivas, porque la potencia del castellano lo penetra en todos los niveles, y porque la globalización mediática lo pone en desventaja.

Pero su problema básico es que los que viven en las ciudades ya no lo ven como elemento de identidad, los altos profesionales y los empresarios y financieros lo consideran una paletada, los yuppies y la gente guapa ni siquiera se lo plantean, y -¡aquí está la bomba!- porque los habitantes de las aldeas y los hablantes de siempre sienten que su lengua ha pasado a ser propiedad de una casta intelectual en la que el engolamiento prima sobre la naturalidad, y que, sin saber manejar los pronombres enclíticos y proclíticos, han convencido a todos -¡otra dramática inversión!- de que hablan peor el gallego que el español.

El gallego no se pierde por culpa de los poderes públicos, sino por la creciente deserción de una sociedad que no siente el deber de hablarlo ni necesita la identidad que la lengua le proporciona. Y la gente pasa de todo porque piensa que su idioma ya no es suyo, sino de una casta intelectual que tiene mil formas y motivos de aprovecharse de él.

Así que todo apunta a que iremos a peor.