Defensa de la democracia

Carlos G. Reigosa
Carlos G. Reigosa QUERIDO MUNDO

OPINIÓN

08 dic 2014 . Actualizado a las 05:00 h.

Que la transición política española fue un éxito es algo incuestionable, y me parece lamentable el empeño de algunos en cambiar los reconocimientos por rudas manifestaciones de desprecio. Es como si de repente lo hubieran olvidado todo y se lanzasen a la vorágine de la descalificación. Algo injusto a todas luces, por más que un hedor de corrupción perturbe ahora el ambiente.

Recuerdo cuando otros países, sobre todo americanos y de la Europa del Este, estudiaban el «caso español» como el modelo de transición política más sugestivo y ejemplar de la segunda mitad del siglo XX. En las hemerotecas se pueden encontrar declaraciones de rendida admiración por parte de prestigiosos líderes democráticos, como el presidente uruguayo Sanguinetti o el colombiano Belisario Betancur. Su interés por España nos convertía en poseedores de algún secreto y en cualquier lugar se multiplicaban las preguntas sobre nuestros aciertos.

¿Qué ha sucedido para que, de repente, todo lo bueno y modélico de entonces se haya convertido ahora en malo y vergonzante? ¿Era mentira todo lo que vivíamos y nos convertía en envidiables? ¿Habitábamos un país irreal y absurdo? No. La realidad es que nuestros años de bonanza existieron, como lo es que en ellos no nos preparamos para afrontar la crisis que sobrevino. Somos culpables, pues, de no preverla y de no prepararnos para ella, a pesar de que ya tocaba dentro de la evolución cíclica capitalista. Nos cogió mal pertrechados y con la ingenua creencia de que era un mal resistible y pasajero. Los dados del ciego azar cayeron como pesadas marras sobre nuestro modelo económico, basado en el ladrillo y en otras expansiones cuyo horizonte de súbito se volatilizó. La transición y la democracia subsiguiente no fueron un error, pero en ellas se cometieron errores que nos ha tocado pagar. Y que estamos pagando.

Capítulo aparte merece la corrupción. Los casos son tan abundantes y repulsivos que parecen justificar todo exceso crítico, incluida la condena del sistema en el que se produjeron. Pero esta es la trampa que algunos quieren tendernos. La realidad es la contraria: ¡el sistema democrático debe fortalecerse con la exclusión y el castigo de los corruptos! Es decir, con la ejemplaridad.