Ciudadanos y ciudades inteligentes

Fernando González Laxe
Fernando González Laxe FIRMA INVITADA

OPINIÓN

29 nov 2014 . Actualizado a las 05:00 h.

El crecimiento económico depende cada vez más de las ubicaciones con mayor riqueza demográfica, no de las que cuentan con más materias primas, afirmó en su día el profesor canadiense Richard Florida en un célebre manual de sociología urbana. La famosa urbanista Jane Jacobs fue la primera en describir el potente impacto que ejerce la acumulación del talento sobre las comunidades urbanas. Y el premio Nobel de Economía Robert Lucas llegaría a formalizar los beneficios que genera la acumulación de personas con talento y ambición respecto a la innovación y al crecimiento económico.

Por tanto, la acumulación de talento es muy importante para los destinos de las ciudades, tanto en tiempos de bonanza como en las coyunturas de recesión. En estas últimas es más que necesario, porque el metabolismo que poseen las ciudades permite aumentar las ventajas claves para superar más rápidamente los efectos negativos de una coyuntura crítica. Por eso, a medida que avance la recuperación aquellas ciudades con mayor talento, y ubicadas en ecosistemas densos en ideas y valores prosperarán con mayor rapidez que otras; en tanto que aquellas que no cuenten con dichos atributos no podrán seguir el ritmo. Quedarán atrapadas en su dependencia hacia una o dos industrias; se mantendrán obsoletas y caducas; y con un espíritu empresarial deprimido o con unos costes elevados en lo que atañe a sus estructuras organizacionales y sociales.

Este análisis revela tres claves: densidad, innovación y velocidad. Se trata de anticiparse al futuro, pero con criterio de sostenibilidad económica, social e institucional. Frente a esta concepción emergen otros investigadores que, recogiendo lo esencial de las teorías de las ciudades creativas e inteligentes, buscan definir nuevos entornos locales en función de la gestión de las empresas de alta tecnología. Y esto se convierte en algo más que polémico. Son los defensores de las smart cities. Sus bases están siendo expuestas por doquier y se fundamentan en reconducir los servicios públicos hacia modelos de anticipación, que puedan evitar algunos problemas urbanos más corrientes, mediante sensores y cámaras que controlen, por ejemplo, la longitud de las colas de taxis, la limpieza de las zonas públicas o cualquier aparcamiento ilegal que se realice en un barrio, como bien señala Morozov en un reciente artículo.

Mas contundente en la crítica a los defensores de las smart cities es Adam Greenfield, que afirma que quienes postulan la teoría de las smart cities están sirviendo de tapadera retórica para la privatización de los servicios públicos.

Cuando se enfrentan ambas teorías no se trata de polemizar entre la «ciudad inteligente» frente a la «ciudad tonta». Tampoco se trata de resaltar las proezas de las ingenierías o simplemente su utilidad para probar nuevas invenciones. A mi juicio, el verdadero debate sobre el reseteado de las ciudades y su futuro se encuentra en la posibilidad de reforzar la participación ciudadana, en aumentar la responsabilidad social, y en actualizar la capacidad de resolver los problemas de los ciudadanos, renovando la propia organización y estructuras de las instituciones de gobierno.

Por ello, esta fuerte campaña mediática de las smart cities no hace más que reforzar, en primer lugar, el antiurbanismo, al no afrontar la totalidad y la complejidad de las urbes, sino que lo reduce a una singularidad específica de un problema; y, en segundo término, aniquilando la oportunidad de sostener un espacio de conciliación urbana, al vulnerar los derechos de sus habitantes y someterlos a unos simples ratios de inspección y control.

Concuerdo con aquellos que desean reconsiderar la concepción actual de la ciudad inteligente. No creo que una mera solución hipereficiente de los controles lumínicos, de los tráficos de vehículos o autobuses por ciertas calles, del cálculo por habitante de los residuos sólidos urbanos acumulados, o del consumo vespertino del agua, etcétera, constituyan, hoy en día, los principales desafíos de ciudades como la nuestra.

Porque, a fuer de ser muy sinceros, la solución no radica en que venga una empresa y nos marque por adelantado los períodos de ocio, el tiempo de paseo, las estancias en las tiendas y en los grandes almacenes. ¿Dónde queda, entonces, nuestra libertad y nuestra creatividad? Seguro que si invirtiéramos mucho más en talento mejoraríamos los retos actuales. Y finalmente, ¿qué pasa con los servicios públicos y sociales? También va a ser una empresa concesionaria la que nos vaya a programar las enfermedades, las estancias en centros sociales o los tiempos de lectura.

Creo que es mejor potenciar aquellas políticas municipales para que seamos los ciudadanos más inteligentes, no las ciudades.

Fernando González Laxe es Expresidente de la Xunta de Galicia.