Las teclas de Auster

César Casal González
César Casal CORAZONADAS

OPINIÓN

20 nov 2014 . Actualizado a las 05:00 h.

Hay un pequeño libro que pone en valor, contra la dictadura digital, el papel. No es una novedad. Pero da gusto mirarlo y tocarlo y leerlo. Es un libro de bolsillo que se titula Mi máquina de escribir y el texto lo firma Paul Auster. Paul Auster es como Woody Allen y el maratón de NY, llegan siempre por estas fechas, como una corriente de otoño. Los tres hay que saber disfrutarlos. Los que somos fans sabemos que la aparición anual de Auster o Allen a veces flojea, pero la necesitamos, como una dosis. En este libro, que se reivindica como artefacto de regalo, hay unos dibujos extraordinarios del artista Sam Messer. Son unos cuadros con un toque a Bacon, como si la máquina de escribir de Auster se derritiese como en su cara se derriten las ojeras. El escritor cuenta que lleva desde los setenta tecleando en una Olympia. Jamás pasó ni a la máquina eléctrica ni a aquellos ordenadores enormes de letras como marcianitos verdes ni a los pecés ni a los portátiles ni siquiera al universo Mac. Dice que es feliz con su tacto. La compró cuando volvió a Nueva York tras fracasar como poeta hambriento en las calles de París. Por cuarenta dólares. Y, una vez, corrió a una librería al darse cuenta de que tenía que hacer almacén de cintas. Intentó comprar cuarenta y se las tuvieron que enviar hasta de Kansas City. Ya nadie tenía máquinas. Un soldador le arregló la palanca para correr el texto que le rompió su hijo pequeño. Pero todavía funciona. Todo está en este libro artefacto que se lee en seguida y que se disfruta como si sonasen en un teclado las palabras. La antigüedad es una cualidad. Y es hermosa. Elegante, no viejuna.