El bar de Antonio

Ramón Pernas
Ramón Pernas NORDÉS

OPINIÓN

15 nov 2014 . Actualizado a las 05:00 h.

Desde hace alguna semanas la cola ordenada de ciudadanos, regulada por dos guardas jurados, espera paciente en la madrileña calle del Carmen para comprar ese décimo de lotería que encierra una ilusión soñada y miles de frustraciones. El local que hace esquina es una muy afamada administración lotera con nombre de mujer.

La lotería de Navidad ha desplegado la pancarta, el spot televisivo más ternurista de las últimas décadas. Es un anuncio lacrimógeno dirigido al centro de la diana de las emociones primarias, antiguas, básicas, las que solo evidencian las personas de buena fe.

El bar de Antonio es el bar de la esquina, la taberna de barrio, el chigre en el que se comentan los partidos y se discute de política. Bar de carajillo y de chupitos. El bar de Antonio es nuestro bar de referencia convertido en plató mientras fuera esta nevando. Es el bar que Charles Dickens pensó para que en su puerta, después de cerrar, se instalara la cerillera del relato, el café inexistente adonde se dirigían los personajes imaginarios del cuento de Navidad.

El anuncio es una vuelta atrás a la vieja España de los sentimientos, de los planes de desarrollo, del Seiscientos, del dolor compartido y de la esperanza en un futuro que parece que no ha llegado nunca.

El director, la agencia de publicidad que lo ha ideado apela a la sufrida clase media, a los «de abajo» que dirían los chicos de Podemos. El actor -por cierto, muy convincente- viste un envejecido por el uso chaquetón de pana setentero, muy de moda al inicio de la transición, y en los planos generales de la calle nevada no hay un solo indicio de contemporaneidad en el mobiliario urbano, en la iluminación, y ni siquiera vemos coches aparcados. Solo falta una banda sonora de peces sedientos bebiendo en un río cercano.

Sobre todo, el anuncio es eficaz, y creo que es el primero de una serie de ocho, del mismo tipo, de la misma escuela y parecido argumentarlo. Van a ser el éxito televisivo del año, y esperaremos a los descansos de Isabel o de Águila Roja, de los debates de los sábados y de las películas de las diez de la noche, para no movernos del sofá, aguardando los anuncios para ver los de la lotería.

Yo no soy muy partidario de la trampa ternurista, de actuar sobre el mecanismo que mueve el lacrimal, de contar una España que fue y que por desgracia ha reaparecido con su historial de neopobreza y con la miseria de siempre. La España del desempleo y la desesperación que no va a arreglar ningún décimo de la lotería nacional.

Yo era más partidario del calvo, de aquel personaje que preludiaba el gordo del 22 de diciembre. Pero aquella España optimista se esfumó con la crisis y parece que no va a regresar

Lo que ha regresado es el bar de Antonio. Tendré que encontrarlo para comprar un décimo, y que me toque. Voy a buscar mi viejo gabán de pana.