Las mayorías absolutas y el ejército de Villa

Roberto Blanco Valdés
Roberto L. Blanco Valdés EL OJO PÚBLICO

OPINIÓN

14 nov 2014 . Actualizado a las 05:00 h.

Con la mayoría absoluta pasa algo curioso: que cada partido con posibilidad de gobernar la persigue con un ahínco solo comparable a la dureza con que la critica cuando la obtiene su adversario. Por decirlo de otro modo: la mayoría absoluta resulta ser, paradójicamente, cosa formidable para quienes la disfrutan y abominable para los que, desde la oposición, deben combatirla.

Ello es explicable si se tiene en cuenta una circunstancia fácil de entender: sin mayoría absoluta se gobierna con tanta dificultad que, en ocasiones, sencillamente no se puede gobernar, objetivo ese al que la oposición de turno suele dedicar todos sus esfuerzos.

Sin embargo, la mala fama popular de que goza la mayoría absoluta, potenciada sin duda por ese discurso cínico de los partidos al que acabo de aludir, no está justificada. Y ello por una sencillísima razón: porque en los sistemas parlamentarios nadie gobierna sin ella en realidad. Permítanme explicarme.

Tras unas elecciones pueden formarse mayorías absolutas de dos tipos: homogéneas -cuando un partido obtiene la mitad más uno de los escaños de la cámara- y no homogéneas, cuando ese apoyo es el fruto de sumar representantes de varios partidos diferentes. En el parlamentarismo, la diferencia no está, pues, como tantas veces se sostiene, sin saber lo que se dice, entre gobernar con mayoría absoluta o hacerlo sin ella (cosa, esta última, tan difícil, que acontece pocas veces y durante períodos muy cortos), sino entre configurar una mayoría absoluta homogénea y disciplinada u otra plural y de disciplina variable.

En España tenemos experiencia de mayorías absolutas homogéneas y por eso sabemos que pueden cometer ciertos abusos (el llamado rodillo parlamentario), aunque su existencia se traduce casi siempre en la estabilidad política que hace progresar a los países. También tenemos experiencia de mayorías absolutas no homogéneas entre un partido de ámbito estatal y uno o dos nacionalistas: en el Estado han servido para favorecer a CiU y PNV, y en las comunidades se han saldado en general con fracasos clamorosos que han tenido para el PSOE un alto coste.

Lo que no hemos experimentado todavía son las mayorías absolutas no homogéneas de cuatro, cinco o seis partidos, situación esa que aparece en el horizonte como más o menos probable en nuestras tres esferas de poder: local, autonómico y central. ¿Qué cabe esperar de ellas? Al parecer, millones de españoles las aguardan, confiados en unas hipotéticas bondades que la realidad comparada desmiente por completo. No hay más que mirar hacia Italia para saber cuál podría ser nuestro futuro si el sentido común de los españoles no lo evita: un absoluto desgobierno, en el que el ejército de Pancho Villa se nos presenta, agazapado, bajo el disfraz de una maravillosa experiencia democrática.