Más detalles de la orgía negra

Fernando Ónega
Fernando Ónega DESDE LA CORTE

OPINIÓN

16 oct 2014 . Actualizado a las 05:00 h.

E l día de hoy será importante a efectos de aclarar cómo funcionaban las tarjetas black de Caja Madrid. Los llamados a declarar como imputados por el juez Andréu, muy destacados en la trama, tendrán la oportunidad de desvelar al mundo los alegres gastos que hacían con ese plástico. Oiremos cosas fantásticas, porque uno de ellos, el señor Barcoj, que pasa por ser el fundador del invento, acaba de confesar algo tan insólito como que Hacienda conocía esa circulación de dinero negro con toda la pinta de ser un latrocinio. Prefiero pensar que no es verdad porque, si lo fuese, los Gobiernos que hubo desde el año 2002 tendrían muchas cosas que explicar a este país.

Mientras esas declaraciones judiciales se producen, no salgo de mi asombro. Hubo altos cargos de la caja cuya tarjeta les permitía gastar 75.000 euros anuales. Quien la haya utilizado durante toda su vigencia pudo haber gastado más de 800.000 euros, que, para los mayores que seguimos calculando en la antigua moneda, son más de 130 millones de pesetas. Pero ¿qué locura ha sido esta, qué clase de orgía económica se ha montado esta gente con absoluto menosprecio a la procedencia del dinero? ¿Qué sentido ético tenían los directivos de la caja, que compraban así voluntades y silencios para mangonear la entidad?

Mi interlocutor, que me ha pedido que silencie su nombre, es uno de los cuatro héroes que tuvieron la tarjeta y no llegaron a utilizarla. «Ni siquiera abrí el sobre», me confiesa, porque le dieron la tarjeta en un sobre con la única indicación de que era opaca a efectos fiscales. Nadie le ha dicho si era un complemento de sueldo, si era una gracia de la presidencia o si era un estímulo para trabajar más y obtener mejores rendimientos. «Entendí -añade en la conversación- que era un fraude generalizado, autorizado desde arriba y, como tal fraude, nadie lo comentaba con nadie. Era como una conspiración de defraudadores».

Quiero decir con esto que ninguno de los descubiertos puede alegar desconocimiento de la opacidad fiscal. Es más: debieron creer que la tarjeta era opaca incluso para la propia caja, porque de lo contrario no se hubieran dedicado a comprar prendas íntimas de señora, pagar carísimas juergas en lugares que parecen de frívola diversión y consumir generosas rondas de licores. ¿Y qué me dicen de los gastos en vacaciones y fines de semana? Supongo que no los habrán justificado como horas extraordinarias. Y ahora que digo esto de las vacaciones, ¿es más escandalosa esa tarjeta de un banco que unos diputados que cobran dietas cuando el Parlamento está inactivo? Solo un poquito más, porque los diputados supongo que pagan IRPF. Pero, en cuanto a uso indebido de dinero público, exactamente igual.