A lo mejor la moral vale para algo

OPINIÓN

21 ago 2014 . Actualizado a las 07:00 h.

Las sanciones penales o administrativas son eficaces para ordenar la conducta de la gente con principios, que no tiene instinto criminal ni antisocial, y que lo único que necesita es una pequeña ayuda que le recuerde sus riesgos y responsabilidades. Pero todo eso vale muy poco cuando se tratan de combatir a verdaderos delincuentes, que, habituados a sopesar la rentabilidad de sus falcatruadas, raras veces encuentran motivos para respetar las normas y relaciones sociales.

Ejemplo de lo primero son las sanciones de tráfico, que impuestas a gente honrada y trabajadora, que desea conducir de forma adecuada y segura, consiguen grandes avances con sanciones muy leves. Y ejemplo de lo segundo son los terribles castigos aplicados contra la violencia de género, los abusos sexuales, la violación o el maltrato, que, a pesar de romper la coherencia del sistema penal y de disminuir peligrosamente las garantías procesales, apenas logran mejorar -cuando no las empeoran-, este tipo de criminalidad.

No es fácil saber por qué, en el momento de mayor libertad y responsabilidad democrática, cuando la igualdad y la inclusión se han convertido en iconos de nuestra cultura, y cuando hemos alcanzado los mayores niveles educativos de la historia, la cultura penal está en franca regresión. Me resulta misterioso que, en vez de insistir en la excelencia y autonomía de los principios morales, en la rehabilitación y reinserción de los penados y en la confianza que merecen los ciudadanos, estemos confiando la lucha contra las lacras de nuestro tiempo a la pura vigilancia policial, a la denuncia preventiva o repentizada, al incremento constante de las penas, a la relativización de algunas garantías procesales, y a la infantil idea de que, siendo las alimañas un habitante inevitable de la civilización, la única salida que nos queda es aumentar la eficacia de los cazadores.

La cultura social actual -la que transmiten las series de la tele, los reality shows de los famosos, el lenguaje de la calle y la creciente cosificación social y laboral de la mujer- es más machista que la de hace cuarenta años. Por eso fracasan -dicho con todas las letras- estas leyes galácticas que hacemos a diario. Quizá nos haga falta reintroducir algunos principios y conductas que los estereotipos actuales tienen por rancios. Y a lo mejor ha llegado la hora de regresar a la hipótesis de que la moral -individual y social-, vale para algo. Porque la España de hoy, a pesar de ser mejor que la de antes, tiene espacios de enorme confusión y levedad, que permiten desterrar, en favor de la simpleza y el mal gusto, viejos usos y costumbres. Y es una lástima que en aras de estos nuevos dioses -la juventud, la individualidad y la modernidad estereotipada-, que sustituyen al viejo Dios de Occidente, estemos enterrando una forma de vivir.