Robin Williams, capitán del exceso

César Casal González
César Casal CORAZONADAS

OPINIÓN

12 ago 2014 . Actualizado a las 15:24 h.

Si te gusta Meryl Streep y su nariz de pollo, te gusta Robin Williams y su nariz de patata. Los dos lucen en sus películas al límite. La contención no existe. Entre histéricos e histriónicos. Es horrible que Williams haya muerto por su propia mano. Como parece. La depresión cuando muerde deja a oscuras al más luminoso. La vida es rara, y aquellos a quienes haya hecho reír Robin, que los habrá, pensarán que cómo es posible que alguien que movía a la alegría se haya ido empapado de tristeza. El lastre fatal de la pena. Nadie puede explicar del todo lo que sucede en las cabezas, como nadie puede entender a un corazón convertido en una granada a punto de estallar. Williams, el actor, tiene sus momentos. Pero siempre parece que no le llega ni la pantalla grande. Está bien de capitán rabioso del talento adolescente en El club de los poetas muertos. Grita, su salsa, con fuerza en Good morning Vietnam. Tocó el Oscar con El indomable, como el psicólogo que necesita un diván. Pero también es culpable de deshacer un mito infantil como Popeye o, Dios mío, de la señora Doubtfire. Estará en la historia del cine, como está Chitty Chitty Bang Bang. Ahora tendrá el cielo entero para actuar.