Tanto ha sido el daño que Ruiz-Gallardón ha provocado a la Administración de Justicia española, que me niego en redondo a reconocerle mérito alguno en su quehacer como ministro. Ni siquiera en este caso. Como si de un emperador romano se tratase, ha indultado a los partidos judiciales gallegos, que pretendía lanzar a unos leones que se han quedado con la miel en los labios, y consiguientemente a los de todo el territorio nacional. Tengo en gran estima al presidente Feijoo, y nada malo puedo esgrimir contra el vicepresidente de la Xunta, pero que tampoco nos hagan comulgar con ruedas de molino. Para ese viaje no hacían falta tales alforjas. Ruiz-Gallardón, por las razones que sea, decidió comunicar a los medios en Santiago que su proyecto de masacrar definitivamente a nuestra Justicia se demoraba una temporada, y todo ello tras reunirse con los dos políticos citados. Si Feijoo y Rueda le han hecho cambiar de opinión, pues mi más cordial enhorabuena para ambos, pues quizás todavía no sean conscientes del gran favor que le han hecho al país. Habrían evitado que nuestra dama ciega tuviera definitivamente vista de lince. Pero nada me quita de la cabeza que aterrizó en Galicia con la decisión tomada, y que todo fue un paripé para echarle un cabo a sus correligionarios gallegos.