De la cabeza de ratón al «pujolazo»

Yashmina Shawki
Yashmina Shawki CUARTO CRECIENTE

OPINIÓN

02 ago 2014 . Actualizado a las 07:00 h.

Puede llevarle a uno toda la vida labrarse una buena reputación y un solo minuto destrozarla. Puede requerir el sacrificio de toda una familia construir un imperio y una sola indiscreción derribarlo. Eso es lo que debe de estar pensando, entre otras muchas cosas, Jordi Pujol i Soley, probablemente, parapetado en algún refugio para no oír, ver, ni leer los comentarios que el descubrimiento de su herencia «olvidada» durante 34 años ha provocado en la opinión pública.

En Cataluña era conocido, al menos en algunos círculos, el enorme patrimonio acumulado por la familia Pujol Ferrusola, y no por haber sido logrado por medios lícitos precisamente. Pero se hacía la vista gorda porque era mucho más que la credibilidad institucional o personal lo que estaba en juego. La asimilación del concepto de nación catalana con Jordi Pujol implicó, y seguramente sigue implicando en el subconsciente colectivo de muchos, que determinadas «distracciones» pecuniarias, aún cuando ascendiesen a más de siete cifras, y escándalos saldados sin ningún castigo, como el de Banca Catalana, eran un peaje aceptable a cambio de un fin mucho más importante: la independencia de Cataluña.

Cuando Jordi Pujol ha hecho una declaración reconociendo tener fondos en otros países que no ha «podido o sabido» regularizar en más de tres décadas, ha renunciado al título de «muy honorable», casi un sarcasmo dadas las circunstancias, y a todos los beneficios que, como fundador de Convergencia Democrática de Cataluña, venía disfrutando. Surgen como setas los datos sobre sus abusos. El «pujolazo» solo es una faceta más de quien, queriendo ser cabeza de ratón antes que cola de león, ha puesto en un brete la viabilidad de un Estado, utilizando a su antojo el concepto de nación.