No se crean los lectores que voy a disertar sobre la denostada especie que es el lobo. Ya me gustaría a mí tener los suficientes conocimientos de zoología para hacerlo y no emplear su nombre como metáfora sobre lo que está sucediendo en Ucrania en estos momentos.
Avanza el conflicto ucraniano, parece que de manera inexorable hacia una guerra civil y, si la sensatez de los dirigentes de los diferentes Estados involucrados no lo remedia, hacia un enfrentamiento más extenso. Lo que comenzó como una revolución interna, un movimiento de reafirmación identitaria frente al imperio ruso, mediante el cual los ucranianos manifestaron su voluntad de aproximarse a Europa, está derivando en un conflicto interno ante la ausencia de un Gobierno fuerte y la nefasta injerencia rusa. Por si el meteórico proceso de separación de Crimea tras un referendo convocado en tiempo récord no hubiera sido suficiente, la parte de la población prorrusa que habita la zona oriental de Ucrania se ha levantado contra lo que consideran una agresión del Gobierno ilegal de Kiev, al que acusan de fascista.
Son tantos los factores que confluyen en este Estado a caballo entre Europa y Asia que es inevitable reconocer las heridas del siglo XX, cerradas en falso: desde la retórica del comunismo versus fascismo hasta la rivalidad entre el imperio norteamericano y el soviético. Si peligroso es el despliegue de tropas y armas en las fronteras de Ucrania por parte de occidentales y rusos, más peligroso es cómo se está desatando la violencia dentro del país, instigada por grupos incontrolados cuyo único objetivo es desestabilizar, utilizando el miedo para obtener el poder y otros beneficios más que cuestionables.