Dice Luz Casal que el equilibrio es como la armonía en música: necesario. Pero lo difícil es hallarlo. Es una fórmula complicada la del equilibrio. El ser humano tiende al péndulo. De un lado a otro. Encima, dicen los expertos, partimos con una desventaja: nos importa demasiado cómo nos ven los demás. No usamos ese axioma que no falla: no juzgues y no serás juzgado. Nos pasamos la vida juzgando y escrutando quiénes y cómo nos juzgan. Hacemos las dos cosas. La mayoría de las veces, caemos en buscar en los ojos interesados de los demás la definición de nosotros mismos. Creemos ser cómo nos ven, miran y (ad)miran u odian quienes nos rodean, y no hay nada más lejos de la verdad. Esa exposición que provocamos nosotros mismos nos lleva a la fragilidad, y la fragilidad a llenarnos de complejos que no deberían de estar ahí. Acabamos por ese camino representando un papel para el que a lo mejor nunca nacimos. Y así nuestra biografía se llena de inseguridades y de miedos. Lejos, tan lejos del equilibrio. Lo que quieres ser y hacer cuando no opinan los demás de ti, cuando estás solo, es lo que de verdad pretendes ser y hacer. No hay nada más sano que el retocado axioma: no juzgues y no hagas ni caso de quienes te juzgan.