La gota que derrama el vaso

Pablo Mosquera
Pablo Mosquera EN ROMÁN PALADINO

OPINIÓN

20 ene 2014 . Actualizado a las 07:00 h.

Burgos es una ciudad de provincias. Una población cuyos antecedentes tienen que ver «entre clérigos y soldados». Comparada con otras poblaciones más al norte, aburridamente tranquila. Solíamos utilizarla para reuniones discretas entre políticos vascos y dirigentes de Madrid. Se come el mejor cordero de España entre campanadas de la catedral y el monasterio de las Huelgas. Quedan restos de aquella capitanía militar desde la que se ordenaban las unidades militares del País Vasco, como el CIR (centro de instrucción de reclutas) de Araca, en Vitoria. La calle Vitoria fue la salida natural hacia el norte antes de construir la autopista Madrid-Irún. En mi condición de jefe provincial de Servicios Sanitarios de la Seguridad Social, me tocó poner en marcha un centro de salud en el barrio del Gamonal.

Hace unos días en tertulia de Radio Voz explicaba que solíamos refugiarnos en Burgos para escapar del acoso vasco que nos obligaba a llevar escoltas. Era un lugar de máxima tranquilidad y cordialidad. Nada hacía presagiar un brote de indignación ciudadana como el que se ha vivido. A no ser que una gota de agua rebose el vaso de la paciencia contenida por un sinfín de agresiones a la dignidad ciudadana.

Hay una violencia que los sociólogos denominan estructural. Se produce cuando los sistemas sociales, políticos y económicos que gobiernan sociedades crean desigualdades ante las que la sociedad busca justicia para superar desequilibrios en el uso -abuso- del poder.

La violencia del paro, pobreza, la desafección hacia los que mandan, que se constituyen en clase privilegiada que toma decisiones en nombre del pueblo a espaldas del pueblo. Además, se corre el riesgo de poner en marcha una espiral. Comienza con el malestar de un barrio al que se le niegan servicios y equipamientos por las crisis, para caer en la provocación de una operación urbanística detrás de la que suelen estar los que siempre ganan.

El alcalde de la capital castellana debería reflexionar sobre las consecuencias de lo que hemos visto. Lo fácil -arbitrariedad- es echar la culpa a «elementos antisistema» y no querer enterarse de los sentimientos de hartazgo, por un sinfín de dicterios que siempre afectan a los derechos de las clases populares, que pueden encender la chispa de un gran incendio.

Hace tiempo que nos preguntamos qué más debe pasar para que la sociedad reaccione ante una caída libre de la justicia social.