Epitafio

Ramón Pernas< / span> NORDÉS

OPINIÓN

02 nov 2013 . Actualizado a las 07:00 h.

Hace algún tiempo visité en el recoleto cementerio protestante de Roma la tumba del poeta inglés Keats y leí el precioso epitafio que preside la sepultura: «Aquí yace alguien cuyo nombre está escrito con agua».

Con agua y en el viento están escritos la mayoría de los epitafios grabados en las lápidas de los sepulcros. Son pequeños poemas, haikus escritos en todos los cementerios del mundo, la gran cadena de estrofas que componen un único poema que transita hacia la eternidad.

Tienen algo de impúdico, un exhibicionismo solapado y pretencioso desde las primeras siglas grabadas en los mármoles de los camposantos, STTL, sit tibi terra levis, que la tierra te sea leve, pronto trocado por el cristiano RIP, requiescat in pace, o sea, descanse en paz.

Hoy, día en que conmemoramos la fiesta religiosa de los fieles difuntos, escribo con todas las ausencias de los que he querido y ya no están, escribo para honrar la memoria de todos los familiares y amigos que han transitado el camino que no tiene retorno, y viven en un lugar que solo existe en el mapa de los afectos de nuestra memoria.

Cada año les envío esta párvula carta para que el olvido no empañe su recuerdo.

Hay un extramundi cercano y habitable poblado por todos nuestros muertos, y otro donde moran los muertos sin nombre, aquellos que no tienen ni una oración que subraye la piedad y la misericordia.

Muertos que moran en tumbas anónimas, náufragos de una vida que no han escogido, cadáveres a la deriva sin una flor que orne su sepultura.

Para ellos va este epitafio de papel, recuerdos agavillados para biografías de gentes normales, que no tuvieron quien escribiera su nombre en el lugar donde fueron enterrados.

La vida oculta la muerte, nuestra sociedad evita a los muertos, nadie después de este día, después del 2 de noviembre, escribe sobre la paz de los cementerios. Camposantos anglosajones paseados como parques urbanos, huertos de cruces en el sur de Europa, mínimos cementerios campesinos de Galicia, el cementerio de la Altamira en mi pueblo mirando al mar y deteniéndose en el horizonte. Mis muertos, todos los muertos, viviendo la muerte.

Asunta, una niña de trece años, ha muerto asesinada hace solo dos meses. Ella no tiene epitafio. Ni siquiera deudos que la lloren, y elijo una frase de Lao Tse, un filósofo chino del siglo IV antes de Cristo, para escribir en el aire su epitafio. Y digo con el autor del Tao que «lo débil y lo tierno vencen lo duro y lo fuerte».

Mi estela funeraria grabada en esta página del diario. Tal vez un epitafio.