C abría decir que ha llegado la hora de hacer un llamamiento a los ciudadanos españoles sobradamente preparados para que se afilien a los partidos políticos. No veo otra forma de superar la mediocridad que hoy campea a sus anchas en las distintas formaciones políticas y que nos desanima y llena de zozobra a casi todos. Porque los espíritus mediocres -lo dijo muy bien el cínico y lúcido La Rochefoucauld- «condenan generalmente todo lo que rebasa su pequeña estatura» y nos hunden en la desesperanza y el desencanto. Afíliense, por favor. Serán compensados con la recuperación de nuestra esperanza, hoy literalmente desaparecida en combate con la mísera cotidianidad.
Sé que los tiempos modernos representan, como predijo el psicólogo Gustavo Le Bon, «el triunfo de la mediocridad colectiva». Y quizá por ello es hoy más cierto que nunca el consejo satírico de Chesterton: «Si no logras desarrollar toda tu inteligencia, siempre te queda la opción de hacerte político» (una frase que en España radicalizó Jardiel Poncela asegurando que «el que no se atreve a ser inteligente, se hace político»). La realidad es que a nuestro espectáculo político le falta calidad y le sobra verborrea de patio de colegio. Da la impresión de que nuestros líderes hablan y obran sin haber pensado o estudiado los asuntos que tratan. Simplemente, salen a la palestra a descalificar todo lo que ha dicho su adversario político. ¡Y luego hablan de acuerdos!
No, no son acuerdos lo que buscan unos y otros. Por el contrario, solo pretenden dañar la posición del rival y fortalecer la propia. Y lo hacen de un modo tan infantil y descarado que, lejos de prestigiar la política, la alejan de nuestro respeto. Decía Lincoln que «hay momentos en la vida de todo político en que lo mejor es no despegar los labios». Nada de eso ocurre entre nosotros. Aquí todos tienen que desmentir al contrario y enlodazar el patio nacional. La verdadera pregunta es: ¿quién saldrá ganando con todo este degradante guirigay? Por favor, ustedes, los preparados, afíliense y ábranse paso en los partidos. Es una cuestión preferente.