Hoy reina la estadística. Los balances. El consumo. El turismo. La inversión. La natalidad. Una borrachera de números que a veces hace que se nuble la vista. Se hace difícil volver al pasado y regresar a un mundo sin datos que comparasen un año con el anterior y el anterior y el anterior. ¿Cómo se tomaba el pulso de la sociedad? Con sensaciones. Con percepciones por parroquias. Pero ahora todo se mide. Con los precipicios abiertos por la crisis las grandes cifras ya ni impresionan. Las más pequeñas corren el riesgo de pasar desapercibidas debido a su modestia frente al saldo gigantesco del déficit o del paro. El número 236 parece una gota de agua en el mar estadístico que todos los días golpea contra el ciudadano. Pero es inmenso. La vida de 117 personas se detuvo para siempre en el 2012. Son las víctimas de tráfico en Galicia, 236 menos que las que murieron en accidente de tráfico en el 2002, hace diez años. Si no se hubieran aplicado y mantenido medidas como el carné por puntos para concienciar a los conductores no se habría logrado este descenso. En los años noventa parecía imposible cambiar la tendencia. Estas muertes se asumían casi como un tributo humano que había que pagar religiosamente a la carretera. El progreso, supuestamente. Pero ha sido el progreso real el que ha conseguido parar la hemorragia. Esas 236 personas que están y que quizás podrían no haber estado no cotizan en bolsa. No restan puntos a la prima de riesgo. No suponen ni un arañazo para la pirámide demográfica gallega. Lógicamente. Es imposible medir lo incalculable.