Dación de cuentas

OPINIÓN

31 dic 2012 . Actualizado a las 07:00 h.

A fin de año no viene mal realizar un examen de cómo ha ido el que convencionalmente termina. Es saludable revisar lo que uno ha hecho o dejado de hacer o cómo lo ha hecho; lo que a uno le ha afectado de un modo más o menos directo. Esa retro visión vale para tratar de no incurrir en las mismas equivocaciones y mejorar en el ya próximo calendario. Para quien tiene responsabilidades en una organización, sea privada o pública, es obligado dar cuenta a los miembros o socios y ciudadanos. Ciñéndome al ámbito público, esa dación de cuentas es esencial en un sistema democrático. Hasta los virreyes cuando terminaban su mandato se sometían a juicio de residencia. Ahora se llama accountability, cuya falta se recrimina en entes del mundo global, como la Organización Mundial de la Salud o las agencias de calificación. El presidente Rajoy acaba de hacerla a su modo en una conferencia de prensa. No ha sido un año fácil. No vamos a recrearnos en su descripción. La esperanza en el cambio de tendencia de la crisis tiene que acomodarse al alargamiento del horizonte en el que pueda verificarse. Y para colmo, «la cuestión catalana» se presenta como un desafío formal de independencia. ¿Por qué y cómo hemos llegado a esta situación de encrucijada, para algunos de intencionalidad constituyente? No debe causar sorpresa que haya ciudadanos desorientados, desengañados, indignados, engañados. Los motivos y las causas de esas reacciones son diferentes, por lo que habrán de ser consideradas de manera apropiada, sin incluirlas en un único montón. Lo peligroso para la paz social es que, pese a los esfuerzos intelectuales para realizar esa diferenciación, se junten todos los diferentes colectivos, si así pueden denominarse.

Me temo que va a ser inaplazable pedir cuentas a los responsables. Para empezar, si nos referimos a la deriva soberanista del nacionalismo catalán, que habrá de analizarse con mayor detenimiento, es claro que el presidente de la Generalitat ha rebasado la frontera asumida implícitamente por la CiU de Pujol desde que votó la Constitución. Es uno de los responsables, pero no el único. El punto de inflexión en la trayectoria de CiU, que sorprende y preocupa con razón, se encuentra en la conocida e irresponsable manifestación de Rodríguez Zapatero prometiendo respaldar el Estatuto que el Parlamento catalán aprobase. Por eso, resulta improcedente que ahora lamente «una dialéctica de distancia separatista», consecuencia de principios que alentó, con intereses políticos personales por medio, relacionados con el buscado apoyo del PSC, aliado de ERC en el Gobierno. El apabullante rechazo que tuvo en las últimas elecciones generales, que dejó destrozado a su propio partido, debería llevarlo a mantenerse en silencio, salvo para reconocer el daño causado. No parece que tenga debida auctoritas para dar consejos. Incluso parece chocante su presencia en la Permanente del Consejo de Estado: sus opiniones jurídicas son irrelevantes, y las de oportunidad, impertinentes.