Elogio del Celtic de Glasgow

Tomás García Morán
Tomás G. Morán LEJANO OESTE

OPINIÓN

10 nov 2012 . Actualizado a las 07:00 h.

El Celtic de Glasgow es una venerable entidad deportiva fundada hace 125 años por emigrantes irlandeses llegados a Escocia. Juega en Parkhead, un estadio de cuento en el que reúne cada domingo a 60.000 espectadores y, aunque Escocia apenas tiene cinco millones de habitantes, se estima que nueve millones de hinchas de todo el mundo adoran la camiseta blanquiverde de rayas horizontales. Los que vivan para contarlo, probablemente reconocerán como el día más feliz de su vida el 25 de mayo de 1967, cuando el Celtic venció al Inter de Milán en Lisboa y se convirtió en el primer equipo de las islas en ganar la Copa de Europa. Para la historia queda además que todos los jugadores que aquella noche saltaron al campo habían nacido en un radio de treinta millas alrededor de Parkhead.

El Celtic ya no es lo que era. En los noventa pasó graves dificultades económicas y desde entonces ya no es propiedad de sus socios. Pero ha saneado sus cuentas, tiene una deuda asumible de siete millones de libras esterlinas, sigue llenando su estadio y gana títulos como quien cose, más ahora que su gran rival, los protestantes del Rangers, tratan de resucitar en cuarta división tras desaparecer por culpa de los desmanes económicos.

El martes, el Celtic ganó al Barça y sus hinchas se llevaron una alegría parecida a la de sus padres en 1967. Pero en España, en las radios, en las barras de los bares, en la barra de Twitter, decidimos en un debate de cinco minutos que lo que habían hecho los jugadores escoceses no es fútbol, sino antifútbol.

No nos gusta el Celtic porque no tiene a Messi, Xavi e Iniesta. Y no valoramos que, aunque lo que hacen los magos culés es fascinante, y para nosotros como espectadores una suerte del cielo, lo que hicieron el martes los atletas escoceses, torpes paquidermos intentando matar a una pulga, también es fútbol. De hecho, el fútbol casi siempre ha sido eso, por más que en los últimos años Guardiola decidiera reinventarlo.

Sartre dejó dicho, con toda la razón, que el fútbol es una metáfora de la vida. Y lo que nos pasa con el fútbol es una metáfora de lo que nos está pasando. Desde España vemos como un pecado que los escoceses corran detrás de una pelota. Desde el Norte nos ven como un país en una loca carrera hacia adelante, en sucesión de espectaculares regates a la realidad, para finalmente lanzar el balón contra la grada. Un santuario de proyectos faraónicos iluminados por fuegos artificiales. Equilibrismo vacuo en el que las facturas con facturas se tapan. Un país en el que al que paga sus impuestos lo tratan como al tonto del pueblo.