Pensar lo que deseamos para nuestro país

Fernando González Laxe
Fernando González Laxe FIRMA INVITADA

OPINIÓN

29 oct 2012 . Actualizado a las 06:00 h.

Las recientes elecciones nos han dejado un sinfín de enseñanzas. Muchos pensaban que la jornada iba a ser de alta participación, aprovechando el brillante día que nos regalaba la meteorología. Aquí radica la primera gran equivocación de los partidos políticos. ¿Por qué? Pues porque no estamos solamente inmersos en una crisis financiera y económica, sino también social y de valores. Por tanto, existe una amplia desafección de los ciudadanos hacia la política; y, sobre todo, por la forma de hacer y organizarse los partidos políticos. Estos se han ido alejando de los pensamientos de los ciudadanos; se han burocratizado en exceso; dejan de atender las nuevas reivindicaciones y apenas dan respuesta a las necesidades de la ciudadanía. Así las cosas, la primera enseñanza es que hay mucho descontento con el Gobierno y con la situación económica, pero también con la actual forma de estar organizados. De ahí que tanto trabajadores como pensionistas, jóvenes, profesionales, etcétera, en ocasiones no muestren sus preferencias en las votaciones.

Los resultados obtenidos por la izquierda denotan preocupación, no solamente en el corto, sino en el medio plazo. Los socialistas, por ejemplo, van a emplear las próximas semanas en hacer autocrítica. Pero la experiencia de dicho ejercicio demuestra que no es siempre eficaz, porque también la historia se encarga de verificar que no se aplican las resoluciones aprobadas, sino que se encorseta el problema, y también el mando. Asimismo, en numerosas ocasiones los partidos transmiten la impresión de estar atenazados y no desean proceder a aceptar una «gran sacudida interna y externa» que provoque catarsis (pero de verdad) y se acogen a una simple imagen con una amplia carga mediática, como bien me apunta alguno de mis amigos.

La socialdemocracia no está dando muestras de alternativas en muchos campos. Se contabilizan errores de bulto sin que haya un reconocimiento de dichos efectos y una rápida actuación para paliar sus consecuencias. Es como si se quisiera caer en las propias trampas que uno le pone al adversario. Por eso la socialdemocracia está dejando de ser el banderín, la referencia de los nuevos movimientos sociales. La explicación a este fenómeno radica en la ausencia de líderes capaces de analizar y estudiar los cambios sociales acontecidos en los últimos años. También puede ser que los pensadores de la socialdemocracia, que existen y son muchos, no son escuchados. Las consecuencias son obvias: pérdida de apoyos, escasa capacidad de movilización y, en último término, huida de votos hacia otras formaciones de nuevo cuño.

El Partido Socialista debe abanderar las políticas de consenso y de acuerdos con otras fuerzas políticas y con los movimientos sociales. Debe formalizar acuerdos de Estado con el partido gobernante en aquellos temas trascendentales, claves y cruciales para la sociedad (ejemplos: Estado de las Autonomías, repuesta a la crisis, definición del modelo europeo...) y al mismo tiempo servir de orientación a las exigencias de mejoras sociales.

La derecha, por su parte, está cómoda en su faceta de gestora; pero muy preocupada por su pérdida de respaldo, de confianza y de credibilidad; y, en último término, de votos. Se basta con formular eslóganes simples para ir manteniéndose en el poder; sin embargo, admite retrocesos en las libertades individuales, en los derechos sociales adquiridos, en el perfeccionamiento democrático, etcétera. El regreso a los postulados ideológicos de la época de Reagan y de Thatcher es evidente, como si alguna organización semioculta hubiera preparado este escenario, aprovechando la falta de proyecto y de líderes en Europa. De ahí que esta situación coyuntural pueda traer tempestades; porque el incremento de la pobreza desemboca en una aceleración de los sufrimientos. Y de estos se pasa a la pérdida de apoyos, sobre todo urbanos.

El campo nacionalista se ha abierto en canal, al aceptar estrategias transversales más que horizontales. Las empatías y los desencuentros personales empiezan a tener más importancia que las cuestiones ideológicas. Y, sobre todo, falta por conocer el verdadero alcance de las nuevas opciones, que, formuladas con acierto y a última hora, fueron capaces de albergar y acoger lo que otros tendrían que hacer con sus postulados.

Los resultados finales fueron los esperados, quizás un tanto maquillados por la carga mediática de los impactos. Pero esto no es lo relevante. A mi juicio, cada formación política y la sociedad en su conjunto tienen que pensar lo que desean para su país. Siempre se apunta que es preciso contar con un proyecto, una estrategia y un liderazgo. En la actualidad, podríamos decir que los proyectos han de estar bien definidos en el tiempo y, sobre todo, en la intensidad de su aplicación. Las estrategias han de ser viables, pero también flexibles. Y los liderazgos pueden ser compartidos. Lo que quiero expresar es la posibilidad de avanzar por el crecimiento económico, por la mayor participación ciudadana, por la mayor responsabilidad individual y por el acuerdo político y de la sociedad en ciertos temas. Y, créanme, a pesar de esta descripción, sigo siendo optimista.